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Actualizado: 29 de julio de 2025


Hullin se había aproximado, muy alegre por aquel incidente, y el cartero Brainstein, con sus recios zapatos humedecidos por la nieve, las manos apoyadas en un garrote y los hombros caídos, permanecía en la puerta con aire de cansancio. La anciana se puso las gafas, abrió la carta con cierto recogimiento, ante las miradas impacientes de Juan Claudio y Luisa, y leyó en alta voz: *

Bonis se apoderó del papel como de una presa, como si se lo disputaran; miró azorado a la escalera y hacia la calle temiendo que aparecieran testigos; y cuando ya el cartero tomaba la puerta, le dijo asustado, temblando ante el temor de que no se le hubiera ocurrido llamarle: Oiga usted, cartero.... El cuarto, el cuarto, hombre. No, señorito; no es puñalada de pícaro; otro día cobraré.

Calvat, para cerciorarse, se impuso la costumbre de hacer centinela ante la verja de la quinta a la hora que llegaba el cartero. Conociéndolo este hombre por cuñado del pintor le entregaba las cartas dirigidas a la casa, y Calvat estudiaba cuidadosamente los sobrescritos.

Pues tiene la traicion así ordenada, Que dadas estas cartas, vuelva luego Al rio Igapopé, que es la morada De un indio, que se dice Grande Fuego, Y de otros que allí viven de coplada, Con Aguazó, que es guia de este juego. Allí tiene la cosa de ordenarse Por el cartero priesa á tornarse.

Volver quiero á tratar un poco agora Del falso Yamandú, nuestro cartero. Salió de San Gabriel con la traidora Y mala condicion de carnicero: Adonde el Zapicano est

Las comadres la saludaban al pasar con las mismas palabras de conmiseración, y el cartero, poco hablador naturalmente, se llevaba militarmente la mano al quepis y dirigía a la madre y a la hija una mirada de respetuosa simpatía mordiéndose el duro bigote.

Perezosamente apoyado en los umbrales de la puerta, el Príncipe silbaba aguardando la hora de comer. El fuego era más vivo que nunca y la señora Princetot, preocupada con sus cacerolas, ni siquiera levantó los ojos al entrar Delaberge. La delgadísima criada, sentada ante la mesa, preparaba displicentemente una ensalada. ¿No ha traído nada el cartero? preguntó el inspector general.

La contestación de Maximina tardó seis en llegar. La impaciencia que nuestro joven manifestó en estos días hizo reír mucho a su hermana. Contra su costumbre, aguardaba en casa al cartero, y hasta le espiaba detrás de los cristales del balcón y le iba a abrir él mismo la puerta.

Palabra del Dia

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