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Actualizado: 11 de agosto de 2024


Al pie del cartel encontró otro nombre: «El rey de las praderas». ¡Ah, ! Este era el apodo de un artista americano llamado Gould, que había obtenido una celebridad universal interpretando el papel de cow-boy vengador y caballeresco en un sinnúmero de dramas cinematográficos cuya acción se desarrollaba, invariablemente, á través de las llanuras del Sur de los Estados Unidos.

Por la mañana, un asturiano que tenía en la esquina inmediata puesto de café económico, vulgo de a cuarto, entró en el estanco a comprar pitillos y dijo a la criada, especie de Maritornes a medio desbastar, que el nombre de Cristeta estaba en el cartel del teatro con todas sus letras; y la palurda, aunque no sabía leer, salió corriendo a que se lo mostrasen; luego cruzó la calle con el mismo objeto la estanquera, sin lograr nada, porque se le habían olvidado los espejuelos, y, por último, fue también el tío, permaneciendo largo rato en contemplación de aquella línea del reparto donde decía: «CHULA PRIMERA-SE

Verás que el histrión mímico en ellas Gasta más artificios que Juanelo, En el subir del agua con gamellas. Hasta que aparador hace del cielo El scénico tablado, que ha servido De obsceno lupanar á vil martelo. Luego serás del vulgo conocido En el cartel que diga: DE FULANO, HOY LUNES A LAS DOS, bravo sonido.

Hombre, ¿qué ha de ser usted? Si el autor no lo conoce siquiera... No importa; apuesto mi cabeza a que soy yo; y os pone un cartel de desafío, y no hay sino dejaros matar, porque él es un necio. ¿Quién es aquella sultana del Oriente? le dicen a usted.

El pueblo francés es solamente lógico en aparentar que tiene olvidada á la Inglaterra. Ya he dicho que Paris es un cartel inmenso. Si al arbitrio particular quedara, el mercader parisien pondria anuncios de sus géneros hasta en la cabeza de un calvo. ¿Cuántas vidas serian necesarias para leer todos los rótulos y papeles impresos que bullen sin cesar por esta Babel?

Es más, suponía que después de haber inspirado el artículo de Leporello en El Universal que tanto le había herido, después de haber influido para que retirasen prematuramente su drama del cartel, todavía se empleaba villanamente en perseguirle y desacreditarle.

El estreno feliz de su drama fue una verdadera desgracia para Tristán. Los reparos que algunos críticos pusieron a la obra, particularmente los del famoso Leporello, le hirieron como graves injurias. Además, esperando fundadamente que permaneciese mucho tiempo en el cartel, la empresa, atendidas ciertas circunstancias de renovación de abono, la retiró después de la quince representación. Fue un golpe mortal para su amor propio. Desde luego sospechó que la mano de Estévanez, del traidor Estévanez había intervenido en este asunto. Así que vio que comenzaban los ensayos de un drama de éste ya no le cupo duda alguna. Un odio frenético prendió en su corazón. Para desahogarlo un poco comenzó a asistir a las tertulias literarias de los cafés y cervecerías, con predilección a una que se reunía por las noches en un rincón del café de Fornos. Allí, sobre aquellas dos mesas de mármol pegadas, se hacía diariamente la disección en vivo de los escritores de más nota. Naturalmente Estévanez, en su calidad de astro de primera magnitud, era quien más a menudo ofrecía sus carnes palpitantes al estudio de aquellos jóvenes anatómicos. Tristán gozaba voluptuosidades desconocidas metiendo en ellas el bisturí de su lengua. Sus aptitudes quirúrgicas se desenvolvieron prodigiosamente con el ejercicio.

Hay que asegurar el trabajo durante los meses que aún faltan hasta el 30 de Mayo, día que señala, con la llegada del verano, la clausura de los principales teatros cortesanos y la completa renovación de las compañías. Por ahora sólo se trata de cambiar ligeramente el personal de cada coliseo, para «refrescar» un poco el cartel y así atraer mejor la atención ingrata del público.

Ellos son los que forman después esos negocios efímeros que en el argot de bastidores se denominan «bolos», y que puede durar ocho días, dos, uno... Para esto sus organizadores buscan una actriz ó actor de cierto prestigio, cuyo nombre presta autoridad al cartel, y el resto de la compañía se improvisa de cualquier modo, utilizando indistintamente artistas de verso y de zarzuela.

Se organizó una corrida de novillos con un fin benéfico, y aficionados influyentes, ganosos de novedades, consiguieron incluirlo en el cartel, gratuitamente, como matador. El hijo de la señora Angustias se opuso a que figurase en los anuncios su apodo de Zapaterín, que deseaba hacer olvidar. Nada de motes, y menos de oficios bajos.

Palabra del Dia

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