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Actualizado: 28 de julio de 2025


El benéfico influjo de la humedad había hecho crecer en el fondo de la cañada una gran masa de árboles rumorosos, poblada de pájaros. Un parterre de antigua jardinería, con muros de boj igualados a tijera, extendíase en torno del Caño Dorado, nombre de la fuente a la que venían a llenar sus cántaros las muchachas de las Carolinas.

«Tía Mariposa, que la chica me gusta.» «Señá Usebia, que yo quiero ser su yernoToda la industria de las Carolinas, la Almenara y Bellasvistas presentaba a la madre sus memoriales; y ella, la muchacha, empeñada en despreciar lo más respetable del comercio, enamoricándose de un albañilillo que trabajaba cerca de la casa de sus señores. Por fin, se había salido con la suya, casándose.

La Mariposa le miró escandalizada. ¡Qué! ¿aún te parece poco? Pero muchacho, ¡si hay ahí para comprar todas las Carolinas! Fíjate, Isidrín: ¡es un tesoro! Maltrana no necesitaba fijarse mucho. Pasado el primer deslumbramiento, había visto la falsedad escandalosa de las joyas enormes y absurdas que brillaban en la cumbre del montón de baratijas.

Es que ese señor, como es americano, se cree sinduda que estamos tratando con los Pieles Rojas... ¡Hablar de esos asuntos en un vapor! ¡Obligar, forzar á la gente!... Y es ése el que aconsejó la espedicion á Carolinas, la campaña de Mindanaw que nos va á arruinar infamemente... Y es él quien se ha ofrecido á intervenir en la construccion del crucero, y digo yo ¿qué entiende un joyero, por rico é ilustrado que fuese, de construcciones navales?

Maltrana creía caminar en medio de una bruma que le ocultaba los objetos, que hacía elástico el suelo, dando a sus pisadas una ligereza sobrenatural. Un perfumo extraño, de embriagadora suavidad, acariciaba su olfato. Parecíale imposible que una muchacha criada en las Carolinas, entre los desperdicios de la villa, oliese tan bien.

La vida ruda de las Carolinas, aquella existencia de nocturnas aventuras que separaba al padre de la hija, haciendo familiar en la casa el riesgo de la muerte, había embotado los sentimientos filiales de la muchacha. Tantas veces había visto al padre herido y próximo a morir, que el disgusto doméstico de su fuga lo apreciaba como un incidente de escasa importancia.

que era su retrato: feo, con su misma fealdad y la de aquel pillete que estaba en la cárcel entre los rateros menores. La misma cabeza enorme, que parecía moldeada por las manos de la desgracia. La Mariposa se llevaba su biznieto. Nada de buscarle nodriza en las Carolinas.

Sólo les faltaba amueblar la casa; y se dedicaron a ello con el entusiasmo de la novedad, halagados por esta ocupación, que era de burgueses, según decía Maltrana. Feli abandonó para siempre la casa de su padre y el barrio de las Carolinas. El Mosco dormía aquella mañana, cansado de su expedición de la noche anterior.

Sólo compro el vino: en las Carolinas nadie bebe agua. Los chicos se desmaman con leche de cepas. Pero por tres perros me llenan un frasco para todo el día. Aquí, fuera de puertas, el vino va regalado. Y luego de bien satisfechas las necesidades de su vida, le restaban, como ganancias, los hallazgos de la busca, los descubrimientos inesperados.

Las muchachas, cogiéndose del brazo, marchaban tras él cantando con insolente sonsonete: ¡Ahí va! ¡Ahí va el tío del gabán! Los mozos reían la gracia y parecían dispuestos a apoyarla saludando con un cantazo al señorito si tenía el mal gusto de incomodarse. Maltrana dejó a la espalda esta alegría hostil y salió al campo. Pensaba visitar la cabaña de Zaratustra antes de ir a las Carolinas.

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