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Actualizado: 28 de junio de 2025
El, tan feo y miserable, que sólo burlas o indiferencia inspiraba a las mujeres, veíase amado, y para mayor asombro, era la hembra la que salía a su encuentro, ofreciéndose en un arrebato de audacia. No dejaba de reconocer que en este amor había mucho de admiración. La pobre muchacha de las Carolinas le adoraba como un ser superior.
Calló, no queriendo hacer mayores alusiones a aquel suceso que puso en conmoción el barrio de las Carolinas, y del cual ya nadie se acordaba. ¡Un porción de meses sin verte! continuó la anciana . ¿Y qué te trae por aquí?... Porque tú a algo vienes.
Sentimos no poder describir aquellos ojos de fuego, aquella exuberancia de formas, aquella corrección de líneas, que completan los acabados modelos del universal viajero en sus dadivosas y enamoradas concepciones chamorras y carolinas, prontas, por supuesto, eso sí, y dicho también por supuesto por el escritor francés, á consagrarle sus amorosas primicias y hasta su existencia, y vean ustedes cómo el ilustre viajero casi casi introduce en las pacíficas chamorras el uso de los fósforos de Cascante, y la entidad acabada del Don Juan, con sus irresistibles filtros sus tiernas pláticas y sus incendiarios conceptos, con la diferencia que al Don Juan europeo le abrían las puertas dueñas y rodrigones, y al Don Juan trasatlántico pañuelos y relicarios.
Sus ligeros carros en forma de cajón eran de un azul rabioso, con un óvalo encarnado en el que se consignaba el nombre del dueño. Venían de Bellasvistas y de Tetuán, de los barrios llamados de la Almenara, de Frajana y las Carolinas. Los más pobres no tenían carro, y marchaban a lomos de un borriquillo, con las piernas ocultas en los serones destinados a la basura.
Todas las mañanas iba a Madrid a la busca; al volver a su chamizo de las Carolinas, se pasaba las horas escogiendo su carga y la de la vecina, y después armaba fiesta en la taberna hasta la madrugada, y cuando estaba en su punto se ponía en cueros, sin miedo al frío, para que chillasen escandalizadas las mozas del barrio y rieran los camaradas. Nunca había estado enfermo. Yo no duermo.
Los cuatro ejemplares que el autor de este libro presenta en la Exposición de Filipinas, los adquirió á fuerza de mucho tiempo, dinero y paciencia. La rareza de estos ejemplares está comprobada con la escasez que de ellos hay. Proceden de las islas Carolinas.
Y emprendió la marcha, seguido un buen trecho por los perros de Zaratustra. Al entrar en el barrio de las Carolinas quedó desconcertado y confuso por el aspecto que ofrecía en pleno Carnaval. En aquella gente adornada con los despojos de una ciudad, no se distinguían fácilmente las máscaras de los que no iban disfrazados.
Los tranvías viejos habían servido para su construcción, igual que en el barrio de las Carolinas. Los bancos de movibles respaldos procedían de una jardinera; los tabiques eran de persianas de ventanilla.
Una vez que este se abra, la importancia de las Marianas, Carolinas y Palaos, será grande si se sabe aprovechar la situación que aquellas islas ocupan en el Gran Pacífico. Buena prueba de esto se encuentra en el personal filipino que habita en el recinto de la Exposición. Hoy los gastos son muchísimo mayores.
Maltrana comenzó a bajar la cuesta de la última calle de las Carolinas, que era la del Mosco. Frente a él, al final de la doble fila de míseras casuchas, estaba el cerro de los Pinos, la fuente del Caño Dorado, un frondoso rincón plantado por los constructores del canal del Lozoya, y que con los años se había convertido en un bosque. El joven vio venir hacia él un grupo de chicuelos.
Palabra del Dia
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