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Actualizado: 28 de julio de 2025
En España es ingénito el creer que nobleza obliga, y nosotros, que en larga residencia en aquel Archipiélago hemos podido apreciar las ambiciones de progreso que laten en aquel pueblo tan vejado y deprimido, consideramos que por lo que al interés público conviene, estamos obligados á emprender en primer lugar una razonada defensa del pueblo filipino: defensa que creemos justificadísima, puesto que en la conciencia de todos está la certeza de que hasta el momento en que los sucesos de las Carolinas hicieron reverdecer, aunque sólo fuera de modo fugaz, los recuerdos de nuestras colonias Oceánicas, el hablar de Filipinas fué siempre cosa nueva y peregrina, ¡tanto era el olvido en que se las tenía!
Por fin, el trapero enseñaba lo mejor de la casa: unas cuantas tablas colocadas entre la cama y la pared, y en ellas montones de gruesos platillos, docenas de tazas de la loza fuerte usada en los cafés, pilas de vasos metidos unos en otros. Si quisiera dijo el tío Polo , podría convidar a todo el barrio de las Carolinas sin tener que pedir prestado a nadie.
Del vientre de todas ellas colgaba un cartel con la cifra del precio. Feliciana había escogido un traje azul con adornos negros, «última moda venida de París», según declaración formal del hortera. Con él y una mantilla modesta, la muchacha parecía otra. Hasta ocultaba con guantes aquellas manos que eran su orgullo en el barrio de las Carolinas.
Los soldados se volvieron y vieron al Carolino espantosamente pálido, la boca abierta y con la mirada en que flotaba el último destello de la razon. El Carolino, que no era otro que Tanò, el hijo de Cabesang Tales, que volvía de Carolinas, reconocía en el moribundo á su abuelo, á Tandang Selo, que, como no le podía hablar, le decía por los agonizantes ojos todo un poema de dolor.
Viviendo el Mosco temía aproximarse a las Carolinas, y después de muerto el dañador causábanle repugnancia estos lugares, que despertaban sus remordimientos. Pero la necesidad borró sus escrúpulos, y emprendió la marcha hacia aquel suburbio de Tetuán.
En el barrio de las Carolinas, más allá de Tetuán, albergue de las gentes de la busca, tenía a su abuela, la señora Eusebia, conocida por la Mariposa, una de las traperas más antiguas. Maltrana iba a verla en su casucha de ladrillos, que pasaba por ser el mejor edificio del barrio, y eso que el joven podía tocar con las manos su alero de tejas viejas.
El señor Manolo se presentó varias veces en la casa para dar cuenta a los dos jóvenes de la exigua herencia del Mosco. Iba vendiendo a las gentes de Tetuán los famosos perros del dañador, sus enseres de caza, todo lo que contenía la casucha de las Carolinas. Llegó a reunir así unos sesenta duros, que entregó a Feli, guardándolos ésta sin decir nada a Isidro. Bien necesitaban el dinero.
Las estrellas y los erizos de mar y la holothuria ó balate, objeto esta última de considerable comercio en Mindanao, Joló, Visayas y en las islas Carolinas y Palaos, corresponden á la clase de los equinodermos, fraccionada en tres órdenes; los estelíridos, equinidos y holothuridos.
El filósofo de la busca estaba sentado dentro del vehículo, con las barbas esparcidas sobre las rodillas, aguardando a su criado el Bobo, que recogía el estiércol de los pisos altos. Zaratustra se incorporó al reconocer a Maltrana. Reía maliciosamente, guiñaba sus ojillos al verle por primera vez después de su fuga con Feliciana, que tanto había dado que hablar a las gentes de las Carolinas.
En el monte sólo encontrarían algún arroyo donde beber un buche, y aun esto había que evitarlo, pues los cursos de agua eran los sitios más frecuentados por los guardas. Al volver a las Carolinas harían una cachuela, el gran plato de los cazadores, que sabía a gloria: un guiso de entrañas frescas de conejo.
Palabra del Dia
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