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Actualizado: 20 de junio de 2025
Eran D. Francisco Morquecho y D. José María Porcell, paisanos míos, que venían a participarme el fallecimiento de D. Pedro José García de los Antrines, tío carnal de mi esposo. ¡Pobre señor; se ha muerto! exclamó Nina con toda el alma. Y el tal D. Pedro José, que es uno de los primeros ricachos de la Serranía... Pero dígame: ¿es soñado lo que me cuenta o es verdad? Espérate, mujer.
Ahora es un gorjeo que sobre mi cabeza sueña un verso de amor... Vuelve a chillar la prosa: mugriento y sin aseo el tren silba ya el grito carnal de un estertor. Unas nubes muy blancas se agarran al azul. Árboles verdinegros vigilan el espacio. Los murmullos del río me rozan como un tul que acaricia las trenzas de una novia. Despacio marcha el sol.
Cada vez que el señor Colignon, tan carnal y concreto, se asoma a aquel jardín, se figura pisar las lindes primeras de los Campos Elíseos, habitados por las imágenes desencarnadas de los que fueron y ya no son, de aquellos que dejaron en la tierra el cuerpo sólido, sede de los placeres amables, y no conservan sino la apariencia de vida, y con ella las pasiones añejas, porque las pasiones son el alma, y el alma es indestructible.
Pero al mismo tiempo ella se irguió igualmente; quedaron sus ojos á idéntico nivel, y como si quisiera completar la reciente caricia, se abalanzó sobre el príncipe, le tomó la cabeza entre sus manos y le besó la frente. Una oleada de perfume carnal, semejante á la otra que le había envuelto al recibir la sábana en pleno rostro, volvió á conmover su organismo.
16 el cual no es hecho conforme a la ley del mandamiento carnal, sino por virtud de vida indisoluble; 17 porque el testimonio es de esta manera: Que tú eres Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. 18 El mandamiento precedente, cierto queda abolido por su flaqueza e inutilidad; 22 Tanto de mejor testamento es hecho prometedor Jesús.
Bastaba mi cualidad de «señor» y de forastero para merecer aquellos homenajes de una persona de Tablanca, donde son todos la misma cortesía; pero yo era además sobrino carnal de don Celso, hijo «del difunto don Juan Antonio», sangre de los Ruiz de Bejos, de la enjundia nobiliaria de Tablanca, de la «casona» «de allá arriba...», vamos, de los Faraones de allí; algo indiscutible, prestigioso y respetable per se y como de derecho divino; pero no a la manera autoritaria y despótica de las tradiciones feudales, sino a la patriarcal y llanota de los tiempos bíblicos.
Y los dos jóvenes se abrazaron en la entrada de la casucha, juntando sus bocas sin ningún estremecimiento de pasión carnal, manteniéndose largo rato unidos, como si despreciasen el escándalo de las gentes, como si con su amor desafiaran los aspavientos de un mundo viejo que iban a abandonar.
Felisa, menos trágica, más moderna, y sobre todo más femenina, se limitó a procurar saber si Manuel amaba y deseaba en ella algo superior a la envoltura carnal. Luego de sentirse amada en espíritu, toda hermosura le parecería poca para que él la gozase; pero alambicando y quintaesenciando a su modo la índole de la pasión que inspiraba, se preguntaba constantemente: «¿Me querría si fuese fea?»
Rufita, que es la hija, la hija de doña Zoila Mostrencos, hermana carnal de don Cesáreo, esposo de doña Lucrecia; Rufita, digo, la supuesta prima de Nieves y sobrina, por consiguiente, de usted, me paró ayer en la calle yendo con su madre y me dijo: «supongo, don Claudio, que esos señores no nos tirarán con algo si vamos a visitarlos en cuanto lleguen... porque pensamos visitarlos.
Ella hubiera preferido a Mesía, que estaba en las mismas condiciones y era mucho más antiguo. ¡Pero Álvaro estaba hecho un salvaje! La trataba como don Saturnino, antes de atreverse; con la finura del mundo y la miraba con la indiferencia fría y honrada con que la miraba el señor Obispo. Estaba segura de que ni al Obispo ni a Mesía les sugería su presencia jamás un deseo carnal.
Palabra del Dia
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