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Actualizado: 20 de junio de 2025
Resultaba una gran cosa el conseguirla; hacerla su amante; sentirse en el contacto carnal camarada de príncipes y célebres artistas; pero ya que era imposible, ¿a qué insistir comprometiéndose y quebrantando la tranquilidad de su casa? Para olvidarla rebuscaba el recuerdo de palabras y actitudes, queriendo convertirlas en defectos.
»Así, he decidido, hermano mío, que todos mis bienes vayan a los pobres cuando mi alma abandone su envoltura carnal. Por eso, Amaury, soy tan chancera y jovial; riendo, me eximo de pensar y tomo a chacota lo que de otro modo me pondría triste y de mal humor. »Pero dejemos a un lado ideas tan poco alegres y hablemos de Felipe Auvray. »Esto sí que es ya otra cosa.
Allí hay hermosura y elegancia y trigo por largo, ¡ja, ja, ja!... para tentar las codicias y los buenos gustos de un joven tan distinguido y tan hermoso como mi querido primo carnal... ¡Ja, ja, ja, jaaá!... La canción aquella, por repetida y chabacana, puso colorada a Nieves y supo a rejalgar a su padre.
Era un mundo de caricaturas de la lujuria, de gestos simiescos y estremecimientos satiríacos, en el que asomaba la pasión carnal con la mueca de la animalidad más grotesca. Mire usted, tío. Como gracioso, éste es el más notable. Y el Tato enseñaba a Gabriel la figurilla rechoncha de un fraile predicando con enormes orejas de burro.
Obedecí maquinalmente, y al acercarme rocé con suavidad su rodilla, que se adivinaba a través de la veste y sentí su contacto tibio y carnal. Más cerca, abaníqueme usted... así... ¡oh, ahora se respira!... y suspiró con toda el alma, y, al suspirar, las curvas de su seno se desprendieron un instante del tul que las cubría y volvieron a dibujar su sobrio pero voluptuoso busto.
El cual, hora es ya decirlo, no era tal Canónigo ni cosa que lo valiera, sino un seglar soltero, viejo y extravagante, a quien desde luengos años se había aplicado aquel apodo por su amor a la vida descansada, regalona y sibarítica. En sus buenos tiempos, D. Santiago Quijano Quijada, primo carnal de Tomás Rufete, había sido mayordomo de una casa grande, y después administrador de otras varias.
Cuanto más horroroso le parecía el pecado de pensar en don Álvaro, más placer encontraba en él. Ya no dudaba que aquel hombre representaba para ella la perdición, pero tampoco que estaba enamorada de él cuanto en ella había de mundano, carnal, frágil y perecedero.
Señora contestó don Benito, el duelo ha concluido y la vida comienza de nuevo. Pero usted dijo Blanca, con ironía, sobrino carnal, y en Palermo, el mismo día del entierro; ¡qué escándalo! Sobrino carnal, no; político, sí... no hay inconveniente. Y ese pobre tío, ese señor don Ramón, ¿cómo estará de triste y desolado? inquirió Fernanda.
Palabra del Dia
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