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Actualizado: 18 de junio de 2025


¿Y si vinieras a cantar ahí?... ¿Si yo volviera a verte?... Leonora sonreía con altivez, adivinando su pregunta. Si vuelvo, serás uno de mis innumerables amigos; nada más. Y no creas que soy ahora una santa. La misma que antes de conocerte; pero de todos, ¿sabes? del portero del teatro, si es preciso, antes que de ti. eres un muerto... Adiós, Rafael.

Nolo, fingiendo ser un mozo que torna alegre de la feria, pasó por delante de la casa entonando en alta voz este cantar, que hemos repetido alguna vez cuantos nacimos en el valle de Laviana: Dicen que tus manos pinchan, para son amorosas. También los rosales pican y de ellos nacen las rosas. No llores, niña, no llores, no; no llores, niña, que aquí estoy yo.

Y, con un gesto a lo Thuillier, el gran cirujano se lanzó sobre el enfermo, quien, bajo la influencia del cloroformo, había comenzado a cantar unas peteneras. Los admiradores no pudieron contenerse y rompieron a aplaudir. Van ustedes a ver con qué rapidez procedo añadió el gran cirujano . Toda la operación se reduce a tres trazos. ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!...

Sentada al piano, moviendo el arco de su violín, haciendo gemir un oboe o las cuerdas del arpa o el tiple, cantando «bambucos» con su voz delicada y justa, componiendo trozos como el Alba, que es una perla, siempre está en la región superior del arte. No conoce la poesía sencilla e íntima de nuestra naturaleza americana aquel que no ha oído cantar a dúo un «bambuco» colombiano a las Stas. Tanco.

Créelo porque yo te lo digo: si tu marido es un alilao, quiere decirse, si se deja gobernar por ti y te pones los pantalones, puedes cantar el aleluya, porque eso y estar en la gloria es lo mismo. Hasta para ser mismamente honrada te conviene».

Treinta y tres veces seguidas cantó la misma tonada sin cansarse, y el maestro de música y la corte entera lo hubieran oído con gusto una vez más, si no hubiese dicho el emperador que el vivo debía cantar algo. ¿El vivo? Lejos estaba, lejos de la corte y del maestro de música. Los vio entretenidos, y se les escapó por la ventana.

Verá usted cómo canta ese Ratón Pérez, tía María. Cogió Marisalada rápidamente una hoja de pita, que estaba en el suelo y era de las que servían al hermano Gabriel para poner como biombos contra el viento norte delante de las tomateras cuando empezaban a nacer, y apoyándola en su brazo, a estilo de una guitarra, se puso a remedar de una manera grotesca los ademanes de Ramón Pérez, y con su singular talento de imitación y su modo de cantar y hacer gorgoritos, de esta suerte cantó: ¿Qué tienes, hombre de Dios, Que te vas poniendo flaaaaco? ¡Es porque puse los ojos En un castillo muy aaaalto!

Y hay más: que cada vez que le veo o le oigo cantar, tiemblo toda y me sobresalto, temerosa de que mi padre le conozca y venga en conocimiento de nuestros deseos. En mi vida le he hablado palabra, y, con todo eso, le quiero de manera que no he de poder vivir sin él.

Era un cuartito con una tronera alzada sobre el alero del tejado; nadie le habitaba, y ella solía subir allí a ver cómo el sol pasaba por el valle, a mandar un beso a la torre lejana de Luzmela y una oración al alto cementerio, donde su protector dormía ajeno a tanta desventura. Se oía desde el alto rincón la voz recia del Salia, acordada en eterno cantar glorioso.

Yo no había leído el tal libro; pero supuse que sería un libro de devoción como otros tantos. ¿Y qué más? añadí. La Biblia. ¡Habrás leído, pues, el Cantar de los cantares! Amparo me miró profundamente y se ruborizó, lo que demostraba que había leído aquel libro, que tenía talento y que había comprendido la intención de mi pregunta.

Palabra del Dia

rigoleto

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