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Actualizado: 18 de junio de 2025
«¡Hola! dijo el perverso animal . ¿Con que todavía echas plantas? Pues tómate esa.» Y diciendo esto, le cubrió de cenizas; tras lo cual, se puso a cantar, según su costumbre, como si hubiera hecho una gran hazaña.
Delirando, cuando la metía en su horno de martirios la fiebre, no cesaba de nombrar lo que de tal modo ocupaba su espíritu, y todo era golpear tambores, tañer zambombas, cantar villancicos.
Ambos se entusiasmaban, se confundían: ella crujiendo convulsamente y con acompasada celeridad; él, jadeante y lleno de sudor, describiendo curvas y más curvas con su brazo; ella recibiendo el papel para lanzarle fuera despues de haber extendido en su superficie un mundo de ideas, y él entonando algún cantar para hacer más llevadero su trabajo.
Es la tercera vez que viene á cantar en San Francisco y siempre ha tenido mucho éxito. ¿Ha hablado usted con ella? Más de diez veces. He cenado con ella cuando era querida de mi amigo John-Lewis Day, el gran tratante en oro del Sacramento. Es una muchacha muy amable. ¿Qué edad cree usted que tendrá? Podrá tener, acaso, unos veinticinco años.
El joven le pidió las ideas que habían de servirle de guía, la trama poderosa, sobre la cual no tendría él otro quehacer que alinear palabras con la pluma: «coser y cantar», como decía el personaje. El libro dijo éste podría titularse El verdadero socialismo; pero si usted encuentra otro título más bonito, por mí no se prive usted; yo no tengo en esto empeños de amor propio.
Lucía, a la sombra de su quitasol rojo, se sentía como la señora de toda aquella natural grandeza, y como si el mundo entero, de que tenía a los ojos hermosa pintura, no hubiera sido fabricado más que para cantar con sus múltiples lenguas los amores de Lucía Jerez y de su primo.
Pero me parece que don Federico, que se derrite como tocino en sartén cuando me oye cantar, lo mismo piensa en casarse conmigo que piensa don Modesto en casarse con su querida Rosa... de todos los diablos.» En todo este bello monólogo mental no hubo un pensamiento ni un recuerdo para su padre, cuyo alivio y bienestar habían sido las primeras razones que había aducido la tía María. Capítulo XII
Acaso llegue la gloria para los artistas... pero después de muertos. Es una burla demasiado cruenta del Destino. ¡Copa de verde y ponzoñoso licor, donde la sirena del genio supo cantar para Verlaine! ¡Acaso en el fondo del vaso esté el dulce talismán que encanta la vida! Embriagaos de amor, de virtud o de vino.
El tiempo dijo su hermano no parece largo a los filarmónicos, cuando están en la ópera pasmándose de gusto como unos panarras. ¿Quién había de pensar continuó la marquesa que esa mujer tendría los estudios y el valor necesarios para salir tan pronto a las tablas? En cuanto a los estudios dijo el general , una vez que se sabe cantar no se necesita tantos como tú crees.
Dejemos, pues, ya el rio, que corriendo Por èl quinientas leguas sin contento, Del enemigo á veces yo huyendo, Jamas pude hallarle nacimiento. De otros con porfia les siguiendo, He hallado el principio y fundamento; Y quiero darle ya al canto tercero, Que cosas espantosas cantar quiero.
Palabra del Dia
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