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Actualizado: 17 de junio de 2025
Transpórtanos luego el poeta al próximo castillo de Doña Blanca, esposa de D. Martín; llega á él un campesino y dice que en las cercanías se ha visto á una señora desdichada, á quien atormentaban los dolores del parto; mandan buscarla, y pronto regresa un criado con el Príncipe recién nacido, y cuenta que la madre del niño, al oir el nombre de la esposa de D. Martín, se ha ocultado en lo más espeso del monte.
Un campesino fugitivo se refugió en el parque y pudo dar noticias á don Marcelo. Los alemanes se retiraban. Algunas de sus baterías se habían establecido en la orilla del Marne para intentar una nueva resistencia. Y el recién llegado se quedó, sin llamar la atención de los invasores, que días antes fusilaban á la menor sospecha.
Parecía completamente increíble, sin embargo, al recordar aquella escena de media noche en el parque de Mayvill; en el acto reconocí cuán impotente y desamparada se hallaba en las manos de ese vulgar y arrogante gañán, de ese infame campesino, que, en un momento de loco frenesí, había cometido aquel desesperado y furioso atentado contra la vida de Mabel.
Y Rafael no murió de hambre. ¡Qué había de morir!... Su padrino le admiraba cuando le veía llegar a Marchamalo, montado en un alazán fuerte y de libras, vestido como un hacendado de la sierra, con fachenda de galán campesino, asomándole ricos pañuelos de seda por los bolsillos de la chaqueta y el escopetón siempre pendiente de la montura.
Una muchacha que estaba en la cocina, al oir la anécdota, se echó a reir con una risa aguda y comunicó su risa a todos. Rieron también de buena gana Martín y Bautista la manera de señalar del truhán, pero el campesino aseguró que él no tenía arte para estos cuentos. Le instaron para que siguiera y el hombre contó una nueva ocurrencia de Pernando.
Sin embargo, a instancias de los dos, el campesino contó esta anécdota en vascuence: «Un día Fernando fué a casa del señor cura de Amezqueta, que era amigo suyo y le convidaba a comer con frecuencia. Al entrar en la casa, husmeó desde la cocina y vió que el ama estaba limpiando dos truchas: una, hermosa, de cuatro libras lo menos, y la otra, pequeñita, que apenas tenía carne.
Pero el origen campesino, la rudeza nativa, se revelaba en las manos cortas, con las uñas anchas y aplastadas, y el dorso afeado con ligeras manchas amarillas; en los pies gruesos y pesados, a pesar de mostrarse cubiertos por unas elegantes botinas que delataban con su finura haber pertenecido antes a la señora. Era bonita, con la frescura de la juventud.
Viéndola tan tranquila, cuando yo estaba tan turbado, encontrándola tan perfectamente bella, cuando tantos motivos tenía yo para reconocerme desagradable con mi traje de colegial y mi aspecto de campesino desgalichado, invadía todo mi ser un sentimiento de inferioridad humillante que me llenaba de desconfianzas, transformando la más sencilla familiaridad en sumisión sin dulzura, en ruin servidumbre con asomos de esclavitud.
Y flotando por encima del bosque de chimeneas de ladrillo y de hierro, el eterno dosel de la moderna Bilbao, los velos en que se envuelve como si quisiera ocultar púdicamente su grandeza, los humos multicolores de sus fábricas, negros, de espesos vellones, como rebaños de la noche; blancos, ligeramente dorados por la luz del sol; azules y tenues como la respiración de un hogar campesino; amarillos rabiosos con un chisporroteo de escorias minerales.
No habéis oído vosotros hablar de Pernando de Amezqueta? No. ¡Ah! Pues era el hombre más gracioso de toda esta provincia. ¡Las cosas que contaba aquel hombre! Martín y Bautista le instaron para que contara alguna historia de Fernando de Amezqueta, pero el campesino se resistía, porque aseguraba que oirle a él contar estas chuscadas no daba más que una pálida idea de las salidas de Fernando.
Palabra del Dia
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