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Actualizado: 9 de junio de 2025
Al levantar los ojos para pedir perdón por su horrible pecado, hallose frente a frente con la figura del campanero, que, cinco o seis escalones más arriba, esperaba impasible, sosteniendo en la mano encendido candil. ¿Qué tiempo hacía que estaba allí? Ramiro le miró naturalmente y comenzó a descender, en la sombra, palpando los muros, sin pronunciar vocablo.
La noche del enterramiento, al bajar el campanero de tocar el Angelus, le pareció oír gemidos bajo las losas sepulcrales. Lleno de espanto fuese en seguida el campanero a dar cuenta a las gentes del castillo de lo que había oído. Acudieron inmediatamente así el marido como sus desconsolados deudos y sirvientes y oyeron en verdad la voz subterránea.
Sabréis que la Tierra es redonda y gira en el espacio. Sí, algo sabemos de eso dijo el campanero con acento de duda . Así nos lo enseñaron en la escuela. Pero ¿realmente crees tú que se mueve? Porque en vuestra pequeñez de seres humanos no podéis sentir ese movimiento, porque a vuestra vista de topos microscópicos se escapa el inmenso engranaje del mundo, no dudéis de él. La Tierra gira.
El hijo del campanero, examinando los excrementos perdidos en el polvo, enumeraba todas las aves refugiadas en la cúspide de la montaña de piedra.
Creéis que ya está lograda vuestra dicha con apoderarse de esas riquezas. ¿Y después? Vuestras familias quedarán aquí. Tato, piensa en tu madre. Mariano, el zapatero y tú tenéis mujer, tenéis hijos. ¡Bah...! dijo el campanero . Ya vendrán a reunirse con nosotros cuando estemos lejos y en salvo. El dinero todo lo puede: lo que importa es tenerlo.
El Tato y el campanero se deslizaron furtivamente por la escalera de la torre vestidos con sus mejores ropas. Iban a los toros. Sagrario, obligada al reposo para santificar la fiesta, había pasado a la casa del zapatero.
Tenía los ojos enrojecidos, miraba duramente a todos lados y permanecía silencioso. Sólo sonreía forzosamente cuando le dirigían la palabra, como si su pensamiento estuviera lejos, muy lejos. El campanero, en cambio, era más locuaz que de costumbre. Hablaba de la fortuna del cardenal, de lo rica que iba a ser doña Visitación, de la alegría que tendrían aquella noche muchos del cabildo.
Cuando éste miraba por encima de ellas, abarcando con la vista el infinito, se reía de su soberbia de liliputienses. Entonces preguntó tímidamente el viejo manchador, señalando a la catedral , ¿qué es lo que nos enseñan ahí dentro? Nada contestó Gabriel. ¿Y qué somos nosotros los hombres? dijo el perrero. Nada. ¿Y los gobernantes, las leyes y las costumbres de la sociedad? preguntó el campanero.
Don Martín era el único que le seguía en su marcha ilusoria por el porvenir. El campanero, el manchador, el zapatero y el Tato subían por la noche a las habitaciones de la torre sin llamar al maestro, y allí exhalaban su odio contra lo existente, frente a las estampas olvidadas, amarillentas y rugosas que reproducían los episodios sin gloria de la guerra carlista.
Entonces, cuando las gentes se inclinaran ante él y nadie osara dudar de su honra, habría llegado el momento de vengarse de Gonzalo de San Vicente, pues no podía ser sino él quien, ayudado del campanero, propalaba por la ciudad las malvadas invenciones que le había referido el hidalgo. Volvió varias veces a la morería y a la casa misteriosa.
Palabra del Dia
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