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Actualizado: 9 de julio de 2025


El campanero había desaparecido. Se oyó el chirriar de cadenas y poleas y un trueno sordo hizo temblar toda la torre. Vibraron el metal y la piedra, y hasta pareció conmoverse el éter del espacio. Acababa de tocar la Campana Gorda, ensordeciendo a los que estaban junto a ella. Momentos después, en el frontero Alcázar resonó el marcial estruendo de trompetas y tambores.

Y abriendo la verja del coro, entró en él con una decisión que paralizó al campanero. El zapaterillo, con su aspecto de borracho taciturno, fue el único que le siguió. ¡El pan de mis hijos! murmuraba con lengua estropajosa . ¡Quieren robarlos...! ¡Quieren que sigan pobres...!

¿Un robo? dijo el campanero . Llámalo así si quieres: ¿y qué?, ¿te asustas de eso...? Más nos han robado a nosotros, que nacimos con derecho a un pedacito de mundo, y por más vueltas que damos no encontramos un sitio libre.... Además, ¿a quién perjudicamos con esto? De nada sirven a ese pedazo de palo las joyas que lo cubren.

Salió un perrazo estirando el cuello, como si fuese a: ladrar de hambre; después, dos hombres con la gorra hasta las cejas, envueltos en capas de pañol pardo. El campanero sostuvo la cancela para que saliesen. ¡Vaya, buenos días, Mariano! dijo uno de ellos a guisa de despedida. Buenos nos los Dios... y dormir bien. Gabriel reconoció a los guardianes nocturnos de la catedral.

Parece que la naturaleza y la religión se han puesto de acuerdo en día semejante para dirigir hacia los sepulcros el pensamiento de los vivos. El infatigable campanero, asido a la cuerda de las campanas, no cesa de tocar desde el mediodía del primero de noviembre hasta el amanecer del siguiente.

En la obscuridad de las bóvedas retumbaban los argentinos martillazos de los guerreros del reloj. Luna se levantaba y recorría la iglesia, visitando los contadores para marcar su ronda. Habían sonado las diez, cuando Gabriel oyó abrirse el postigo de la portada de Santa Catalina, pero rápidamente y sin violencia, como si hubieran hecho uso de una llave. Luna recordó el ofrecimiento del campanero.

Más allá extendían sus arcadas de medio punto dos galerías de palacio italiano, a las que más de una vez se había asomado Gabriel cuando jugaba, siendo niño, en la vivienda del campanero. «La riqueza de la iglesia pensaba Luna fue un mal para el arte. En un templo pobre se hubiese conservado la uniformidad de la fachada antigua.

Tres eran los teatros que á la sazón había abiertos en Sevilla: el Principal, el de la Misericordia y el de la Feria, y en ellos funcionaban en aquel tiempo tres compañías dramáticas, que entusiasmaban con El terremoto de la Martinica, La terrible noche de un proscrito, Marta la romantina, El campanero de San Pablo.

A principios de julio entró Gabriel en la vigilancia nocturna de la catedral. Bajaba a la caída de la tarde al claustro, y en la puerta del Mollete uníase al otro vigilante, un hombre de aspecto enfermizo, que tosía tanto como Luna y no abandonaba la manta en pleno verano. ¡Vaya, al encierro! decía el campanero, agitando sus llaves.

Dijo que el mismo día de su partida, a eso de las dos de la tarde, Diego Franco, el campanero, había regresado a la Iglesia con un tajo en el rostro, y que interrogado por los señores Canónigos no había querido responder una sola palabra. Agregó en seguida, que su padre había sido llevado a la cárcel hasta tanto se averiguara la verdad de aquella cuchillada.

Palabra del Dia

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