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Actualizado: 30 de junio de 2025
Su impaciencia le hizo subir otra vez al puente, en busca del mismo oficial. ¿Cuándo llegaremos á Melbourne? Dentro de tres horas. ¿Está usted seguro de que el otro vapor sale en seguida para San Francisco? Zarpará lo más tarde mañana al amanecer.... Tal vez salga hoy, y tendrá usted que moverse mucho para obtener un buen camarote y trasladar su equipaje.
Una escena borrascosa de familia cuando el digno señor Kasper y su mujer se levantaron y abrió el hijo la puerta del vacío camarote. «Nélida ha pasado la noche fuera.» Pero Nélida sobrevino como una fiera, y hubo que arrancar al «zonzo» de entre sus manos.
Pasó la noche sin dormir, saltando de su lecho para pasear por el puente y volviendo á meterse en el camarote con un deseo siempre incumplido de lograr un poco de sueño.
A proa de la fragata suena un cañonazo... ¡Las rompientes, las rompientes!... Todo concluyó: no hay más esperanza, va derecha a la costa... El capitán desciende a su camarote... Al cabo de un momento, ocupa nuevamente su puesto en la toldilla con uniforme de gala... Ha querido engalanarse para morir.
Ella ocupaba un sillón vacío junto a sus libros en las largas tardes de lectura, y por la noche, al abrir el camarote, deslizábase detrás de sus huellas, misteriosa y sonriente, para no abandonarle en las horas de insomnio y ser lo último que veían sus ojos, esfumándose como una visión que se aleja cuando al fin le rozaba la mano del sueño.
Además, el buque pasaba muy lejos... Volvían al fumadero a continuar sus partidas de poker, o formaban en la cubierta los corrillos habituales, hablando tendidos en el sillón, hasta que el cabeceo de la somnolencia les hacía levantarse titubeantes, camino del camarote, para continuar la siesta.
Muchas veces, en mi camarote, navegando por el Atlántico o por el mar de las Indias, al pensar en Lúzaro sentía el recuerdo intenso de un monte, de una peña, de un hayal. Veía con la imaginación levantarse Lúzaro sobre el mar, con el río que penetra por su flanco, y veía los montes a un lado y a otro llenos de maizales y de robles.
El mayordomo, poco atento para su aspecto encogido y la pobreza de su traje negro, la había colocado en un camarote de dos personas, dándole por compañera a Concha, la muchacha de Madrid, «esta buena señorita», como la llamaba ella aun en los momentos de mayor intimidad. Regresaba a la tierra natal después de haber pasado unos meses en Holanda cerca de sus nietos.
Mi cuñado, sin considerar si el barco podía salir o no, se fue corriendo a su camarote, se encerró en él y se pegó un tiro. ¡Qué atrocidad! Era un hombre tan delicado, que al pensar que pudieran echarle a él la culpa, se le amontonó el juicio y cometió esa locura.
El tercer oficial había salido de su camarote casi desnudo, restregándose los ojos soñolientos. Caragòl estaba en la popa, mostrando su abdomen bajo el revoloteo de la suelta camisa y llevándose una mano á las cejas á guisa de visera. Lo veo... lo veo perfectamente... ¡Ah, bandido! ¡hereje!
Palabra del Dia
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