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Actualizado: 30 de septiembre de 2025


Por la noche subí á bordo del vapor «Cataluña». Al irme á acostar, hallé en la tarima superior de mi camarote un bulto con barbas rojas y cabellera crespa y rubia, que roncaba con la franqueza de un ciudadano libre. ¡Era mi Inglés!... Pero aquello era ya un progreso: el hombre renunciaba á su silencio absoluto, puesto que roncaba.

La gran señora ha perdido el arrebol de su fresca vejez; amarillea, se lleva á los ojos las puntas de un guante. Tal vez es ella la que ha llamado al hombre, al conocer su historia por el relato de su acompañante; tal vez el viejo se ha introducido en su camarote, con el atrevimiento del dolor. Vuelvo á oír desde mi asiento el rumor de sus voces.

Le habían preparado un ancho camarote amueblado con una cama, un armario de espejo y un lavabo. En todos los detalles brillaba la limpieza inglesa y Jacobo encontró con alegría infantil los cepillos, los frascos y los utensilios de tocador que constituyen los cuidados y la elegancia de la vida.

Los del Saloncillo, que habían entrado en el ayuntamiento como triunfadores y tuvieron por alcalde a don Rufo, más de año y medio, a la hora presente padecían las amarguras de la derrota. Aun tenían mayoría en la corporación municipal, aunque escasa. Pero los del Camarote se habían arreglado en Madrid de tal manera, que lograron hacer nombrar alcalde a Gabino Maza.

A las nueve de la mañana del día siguiente, cuando el capitán se vestía en su camarote para bajar á tierra, Tòni abrió la puerta. Su gesto era fosco y tímido al mismo tiempo, como si fuese á dar una mala noticia. Esa está ahí dijo lacónicamente. Ferragut le miró con expresión interrogante... ¿Quién era «esa»?...

¿Y lo del camarote? preguntó Fernando . ¿Qué es lo que hay dentro de él? Otra vez lanzó exclamaciones Maltrana ponderando las sorpresas de aquella vida sobre el mar, abundante en novedades y contrastes.

Luego, como si temiese perder la serenidad y decir demasiado, se apresuró a separarse de Fernando. No se podía hablar con él: siempre pidiendo lo mismo. Se retiraba al camarote. Era demasiado atrevido en sus palabras, y había que cortar la conversación. A la noche hablaremos, si es usted más juicioso... Por allí viene su amigo; ya tiene compañía... No ponga usted esa cara tan triste.

Era el mismo día en que había entrado por primera vez en el camarote de la Eichelberger. ¡Y él se imaginaba que iba transcurrido mucho tiempo, días y días, semanas, meses, desde esta aventura triste! Las horas se deslizaban a bordo de un modo irregular, con una celeridad loca o una monotonía interminable, según eran los sucesos.

Ojeda vio a Maltrana venir hacia él sonriente y amistoso como si le faltara tiempo para comunicarle gratas noticias. Lo de la familia Kasper queda resuelto. Nélida acaba de presentarme a su temible hermano... En cuanto al camarote misterioso, ya no tiene misterio... Hace un rato he estado hablando con «el hombre lúgubre».

Luego hizo una rebusca entre los objetos amontonados en la barca después del registro realizado por la marinería de la escuadra del Sol Naciente, y encontró una pequeña caja de cigarros que él había tomado en su camarote al ocurrir la voladura del paquebote.

Palabra del Dia

reclinándose

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