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Actualizado: 26 de mayo de 2025
El señor juez de primera instancia estaba lejos de sospechar que, al ingresar en la cárcel, el excusador de Peñascosa acababa de salir de los calabozos del escepticismo. ¡Guarden ceremonia, señores! La voz del hujier, imperativa, estridente, no lograba calmar la risa y los murmullos de los concurrentes.
Un rato estuvo sentada en el sofá, oyéndole disparatar y aguardando a que avanzara un poco la mañana par avisar a doña Lupe. Antes de ir a lavarse, pasó por la alcoba de su tía, que ya estaba vistiendo, y le dijo: «Hoy está atroz... ¡pobrecito!... A ver si usted le puede calmar». Voy, voy allá... Veo que sin mí no os podéis gobernar. Si yo faltara... no quiero pensarlo.
En los parajes donde en remotas edades corría un caudaloso río, la caravana duerme tranquilamente en nuestros días durante las noches, y cuando quiere calmar su sed no le queda otro remedio que practicar un hoyo en la arena con la punta de su lanza, para buscar algunas gotas de agua que no siempre halla. #Las riberas y los islotes#
La muerte de doña Gertrudis, que era una desgracia más grande y positiva que todas las demás, contribuyó no poco a calmar las inquietudes y desórdenes de su corazón.
Don Claudio Fuertes no halló modo de calmar la iracundia de su amigo, a quien desconocía en aquel estado, ni siquiera de hacerle soportable ninguna conversación.
Con tan prudentes como bien fundadas reflexiones, conseguí calmar los ánimos de mis compañeros revolucionarios, á tiempo que vino la noticia oficial de que el Gobierno de Washington, á moción del almirante Dewey había dispuesto la venida de una Comisión civil, que se entendería con los filipinos para llegar á un arreglo en el Gobierno definitivo de las islas.
Lo cierto es que había pasado la noche fatigada, y con buen dolor de cabeza. A la mañana siguiente, mayor quebranto, fiebre; y a la noche, una meningitis, con todo su cortejo. El delirio, sobre todo, franco y prolongado a más no pedir. Concomitantemente, una ansiedad angustiosa, imposible de calmar.
Retiróse á su casa, mandó que le compraran libros nuevos para calmar su enfado, y convidó á comer á varios literatos para su recreo. Llegáron mas del doble de los que habia llamado, como acuden las avispas á la miel. No se daban vado estos gorreros á hablar y á engullir, y elogiaban dos clases de hombres, los muertos y ellos propios, mas nunca á sus coetáneos, exceptuando el amo de casa.
¡No me digas eso, por Dios!, ¿no estoy viendo que han bajado las velas? ¡Ay, qué muerte, qué muerte tan espantosa!... ¡Morir sin confesión!... ¡Morir separada de mi papá!... ¡Y luego quedar sepultada aquí en este fondo tan negro..., y ser comida por los peces..., y por los cangrejos!... ¡Es horrible!... Los esfuerzos de la señorita de Mory para calmar a su amiga eran inútiles.
Su estado nervioso se resiente de esa muda ansiedad que la está matando, y desde ayer hemos pensado con mis colegas en calmar eso... No puede seguir así. ¿Y sabe Vd. concluyó a quién nombra cuando el sopor la aplasta? No sé... le respondí, sintiendo que mi corazón cambiaba bruscamente de ritmo. A Vd. me dijo, pidiéndome fuego. Quedamos, bien se comprende, un rato mudos.
Palabra del Dia
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