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Para decir la verdad, comencé á temer que, puesto que no habría sido político declarar cesante á las calladas á un hombre de mi importancia, ni es muy corriente en un empleado del Gobierno hacer dimisión de su destino, comencé á temer, repito, que podría darse conmigo el caso de envejecer y hasta de volverme decrépito en mi puesto de Inspector, convirtiéndome en algo parecido al octogenario empleado de marras.

Durante un minuto quedaron ambas calladas. Al fin Adriana insistió. ¿Zoraida se impresionó mucho? ¿Ella sabía la pasión de papá?... Carmen fijó en ella una expresión de sorpresa. ¿Zoraida? ¡Por Dios! Adriana se confundió: Te quería preguntar... ¡Si no fue por Zoraida! Fue por mamá... ¿ no sabías?

Pero no se atrevió a expresarlo sino de un modo indirecto y vago, y con las mejillas coloradas, a Carlota, que a su vez le respondió, ruborizada también, que «no se pensase todavía en aquelloPero ambos siguieron pensando, cada cual por su lado; de tal suerte, que si sus bocas estaban calladas, se lo decían a todas horas con los ojos.

Para no parecerle a Julio una "tocada", saqué el diario y fui a guardarlo en el cajoncito. "Pero Carmen se viene detrás mío a las calladas, me lo arrebata, sale corriendo y desde el vestíbulo se pone a llamar a gritos: "¡Julio! ¡Julio! ¡El diario de Laura! ¡Venga!"

En cambio, otros muchos muertos ilustres duermen el sueño eterno en el antiquísimo templo salmantino, donde se ven tendidas sobre magníficas tumbas sus calladas estatuas, ora dentro de hornacinas labradas en el espesor de los muros, ora en medio de suntuosas capillas.

Deja que tenga reunida una buena cantidad, y verás, verás, cómo me planto en la villa y allí o tomo el tren para irme a Madrid, o un vapor que me lleve a las islas de allá lejos, o me meto a servir con tal que me dejen estudiar. ¡Madre de Dios divino! ¡Qué calladas tenías esas picardías! dijo la Nela abriendo más las conchas de su estuche y echando fuera toda la cabeza.

Permanecían en silencio, con la calma de las construcciones que desafían a los siglos; pero Ojeda, viéndolas, se acordaba de ciertas personas que aun estando calladas inspiran la certeza, no se sabe por qué, de que tienen buena voz y aman el canto.

A proa, cantan los marineros; a popa, aislados, algunos hombres que piensan, sufren y recuerdan, hablando con la noche, fijos los ojos en el espacio abierto, y siguiendo sin conciencia el arco maravilloso de un meteoro de incomparable brillo que, a lo lejos, parece sumergirse en las calladas aguas del Océano.

Algunas pensionistas, tratadas con esmero, están tranquilas y calladas en habitación clara y limpia, ocupándose en coser, bajo la vigilancia y dirección de dos hermanas de la Caridad. Otras se decoran con guirnaldas de trapo, flores secas o con plumas de gallina. Sonríen con estupidez o clavan en el visitante extraviados ojazos. También la hermosa mitad tiene sus jaulas de dobles rejas.

Pero el bendito de su padre no pegó el ojo en toda la santa noche. ¡Lo que él se revolvió en aquella cama buscando posturas para ahuyentar las quimeras que le desvelaban! ¡Los espacios que él recorrió con la imaginación en tantas, tan largas y tan calladas horas! En ocasiones, hasta se dolía de haber permitido tomar tan altos vuelos a «la loca de su casa».