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Actualizado: 30 de junio de 2025


Tiene allá a su doncella, la Filomena. Sabel también ayuda para cuanto se precise. Julián no contestó. Sus reflexiones valían más para calladas que para dichas. Era una monstruosidad que Sabel asistiese a la legítima esposa; pero si no se le ocurría al marido, ¿quién tenía valor para insinuárselo? Por otra parte, Sabel, en realidad, no carecía de experiencia doméstica, ni dejaría de ser útil.

Esta, para que Rafaela no viese que entraba en su casa acompañada de otra persona, abrió la puerta con la llave que tenía en el bolsillo. Las dos mujeres, calladas y de puntillas, subieron a la sala alta. Faltaban ya pocos minutos para dar las ocho.

Por un corredor que hace pensar en cosas grandes, se va a la escalera que lleva al balcón del monumento: se alzan los ojos: y se ve, llena de luz de sol, una sala de hierro en que podrían moverse a la vez dos mil caballos, en que podrían dormir treinta mil hombres. ¡Y toda está cubierta de máquinas, que dan vueltas, que aplastan, que silban, que echan luz, que atraviesan el aire calladas, que corren temblando por debajo de la tierra!

La corte se marchó, los cortesanos siguieron a la corte, el Real Sitio se quedó desierto, calladas las fuentes, desiertas las alamedas.

Hay para todos los gustos... Y cinco o seis cocotas francesas, que van allá por sexta vez porque han recibido buenas noticias de la cosecha, las personas más tranquilas, calladas y modositas de a bordo; y todo el rebaño de cabras rubias y locas de la compañía de opereta; y un sinnúmero de comisionistas de modas y joyería, machos y hembras; y unas dos docenas de comerciantes alemanes establecidos en América, cuadrados, bonachones, calmosos, pero que sacan unas uñas de tigre cuando hablan de negocios... y judíos, muchos judíos.

La santa y la placera, ambas con igual ardor, trabajaron por atajar la vida que se iba; pero la vida no quería detenerse, y ante la ineficacia de sus esfuerzos, las dos mujeres se pararon rendidas y desconsoladas. Fortunata miraba con expresión de gratitud a su amiga, y cuando esta le cogía la mano, trataba de hablarle; pero apenas podía articular algún monosílabo. Calladas, se hablaron mirándose.

Díjela que aún se sentiría mucho mejor si descargaba la imaginación del peso de sus tristes pensamientos, comunicándolos conmigo; que las penas calladas ahondaban demasiado en el corazón, y mucho más en el suyo, que las sentía por primera vez... ¡El mismo gesto de repugnancia! ¡La misma resistencia muda!

Palabra del Dia

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