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A Gonzalo le hacía mucha gracia este resabio de su contrincante; y una noche, mientras se ahogaba el pobre hombre «meeroodeeando» a obscuras en el huero caletre media docena de palabras al acaso, acercose el otro con gran sosiego a Verónica, y, en el tono menos gangoso que pudo, le dijo al oído con mucha formalidad: No te alarmes, chica; pero es indudable que ese sujeto tiene planes siniestros contra ti.

Yo hubiese sido un gran soldado, amigo Isidro. Pero ya no hay guerras, verdaderas guerras, como aquellas antiguas, donde cada hombre sacaba toda la fuerza de sus brazos o de su caletre.

Se me trababa la lengua, se me hacía de noche dentro del caletre, como cuando iba a la escuela; tenía miedo de que te ofendieras y que el padrino me diese encima unos cuantos palos con una tranca, disiéndome: «¡Arre allá, so sinvergüensa!», lo mismo que cuando se mete en la viña un perro vagabundo... Por fin, salió la cosa. ¿Te acuerdas? Algo costó, pero nos entendimos.

A doña Lupe la conozco como si la hubiera parido. Cuando la veas, pregúntale por Mauricia la Dura, y verás cómo me pone en las nubes. ¡Ah!, ¡cuánta guita le he llevado! A me llaman la dura; pero a ella debieran llamarla la apretada. Pero es mujer de mucho caletre y que se sabe timonear. ¿Qué te crees ? Tiene millones escondidos en el Banco y en el Monte. ¡Digo!

Porque ella tenía que alternar con las personas de más viso, con títulos y con la misma Reina; y Bringas, no viendo las cosas más que con ojos de miseria, se empeñaba en reducirla al vestidito de merino y a cuatro harapos anticuados y feos. ¡Oh!, lo que ella sufría, lo que penaba para adecentarse era cosa increíble. ¡Sólo Dios y ella lo sabían!... Porque su marido llevaba cuenta y razón de todo, y hasta el perejil que se gastaba en la cocina se traducía en guarismos en su libro de apuntes... La pobre esposa, atenta a la dignidad de su posición social, era un puro Newton, por las matemáticas que tenía que revolver en su caletre para procurarse algún sobrante del gasto de la casa y estirar las mezquinas cantidades que Bringas le daba para vestirse.

Los amos de las barcas se calientan el caletre buscando un nombre bonito para pintarlo en la popa. Una, la Purísima Concepción; otra, Rosa del Mar; aquélla, Los Dos Amigos; pero llega la gente con su manía de sacar motes, y se llaman La Pava, El Lorito, La Medio Rollo, y gracias que no las distingan con nombres menos decentes.

Pues ¿de dónde provienen esas convicciones? Yo creía que usted no había pensado en política en todos los días de su vida. ¿Y qué es la política-verdad? La política-verdad es que todos los que formamos la nación española damos al Gobierno cada año, por diferentes maneras, más de la mitad de lo que la tierra, nuestro trabajo y nuestro caletre producen.

Respondióle que un beneficiado de aquel pueblo, que tenía gentil caletre para semejantes invenciones. -Yo apostaré -dijo don Quijote- que debe de ser más amigo de Camacho que de Basilio el tal bachiller o beneficiado, y que debe de tener más de satírico que de vísperas: ¡bien ha encajado en la danza las habilidades de Basilio y las riquezas de Camacho!

Y sepa que, aunque zafio y villano, todavía se me alcanza algo desto que llaman buen gobierno; así que, no se arrepienta de haber tomado mi consejo, sino suba en Rocinante, si puede, o si no yo le ayudaré, y sígame, que el caletre me dice que hemos menester ahora más los pies que las manos.

El mismo muchacho o su hermano solía leer también las Gacetas para dar variedad a los conocimientos y saber lo que pasaba en Hungría, Cracovia o Finlandia. Los sucesos de España eran los que jamás se sabían por Gacetas ni papelotes, y era preciso recibirlos por el vehículo del padre Alelí, amigo fiel sobre todos los fieles amigos, cada vez más perturbado de caletre y más difuso de explicaderas.