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Actualizado: 18 de junio de 2025


Dentro de la casa principal debería destinarse una pieza a propósito para poner en ella una tienda o pulpería a cargo de algún español o indio a propósito asalariado, en la que se vendiese de toda clase de comestibles y menudencias de diaria necesidad, entregando por cuenta todo lo que allí se había de vender, y recogiendo cada sábado el dinero que rindiesen las ventas de la semana, el que asimismo debería colocarse en el almacén en caja de tres llaves, que debería haber con libro en ella de entradas y salidas de dinero, con las mismas formalidades que el de los frutos y efectos; y cada cuatro meses, o cuando el factor tuviera por conveniente, tomaría cuentas finales de esta pulpería para conocer el estado de ella y de su manejo, avisando de sus resultas al gobierno.

Agustín Cortés, mayor, difunto, de oficio que fue negociante, natural y vecino de esta Ciudad, de edad de sesenta y cinco años; reconciliado y preso segunda vez por judaizante relapso; salió al auto en estátua, con insignias de relajado y una caja de sus huesos; leyósele su sentencia con méritos, fue condenada su memoria y fama, relajado a la Justicia y brazo seglar, con sus huesos, con confiscación de bienes por hereje, apóstata, judaizante, relapso, impenitente convicto.

Y así llegaron los cuatro ciegos al palacio del rajá, que era por fuera como un castillo, y por dentro como una caja de piedras preciosas, lleno todo de cojines y de colgaduras, y el techo bordado, y las paredes con florones de esmeraldas y zafiros, y las sillas de marfil, y el trono del rajá de marfil y de oro. «Venimos, señor rajá, a que nos deje ver con nuestras manos, que son los ojos de los pobres ciegos, cómo es de figura un elefante manso.» «Los ciegos son santos», dijo el rajá, «los hombres que desean saber son santos: los hombres deben aprenderlo todo por mismos, y no creer sin preguntar, ni hablar sin entender, ni pensar como esclavos lo que les mandan pensar otros: vayan los cuatro ciegos a ver con sus manos el elefante mansoEcharon a correr los cuatro, como si les hubiera vuelto de repente la vista: uno cayó de nariz sobre las gradas del trono del rajá: otro dio tan recio contra la pared que se cayó sentado, viendo si se le había ido en el coscorrón algún retazo de cabeza: los otros dos, con los brazos abiertos, se quedaron de repente abrazados.

Figúrate, la ley autoriza a los Ayuntamientos para auxiliar a las Compañías de ferrocarriles con el 80 por 100 de sus bienes propios. JOAQUÍN. no entenderás esto. Yo tampoco. Ello es que hay un papel que se llama Inscripciones, el cual está en la Caja de Depósitos.

Necesito, no obstante, volver a mi casa y ver a mi padre, a mi madre, a mis hermanos y a mis hermanas. Déjame ir por poco tiempo y pronto volveré. No gusto de que te vayas, contestó ella. Mucho temo que te suceda algo terrible: pero vete, pues así lo deseas y no se puede evitar. Toma, con todo, esta caja, y cuida mucho de no abrirla. Si la abres, no lograrás nunca volver a verme.

Cuando se recibían noticias de la guerra favorables á los Imperios germánicos, redoblaban las canciones y el copeo hasta media noche y la caja de música agria no descansaba un instante. En las paredes se veían los retratos de Guillermo II y varios de sus generales.

Se quitó la pipa de la boca después de restregarse ambas manos contra el pantalón; golpeóla boca abajo sobre la uña del pulgar de la izquierda, y me enseñó en una sonrisa toda la caja desportillada de sus dientes. Era un vejete de rostro plácido y greñas muy canas, algo atiplado de voz y muy duro de «bisagras»; es decir, torpe de todos sus movimientos.

Pues... allá veremos contestó éste, gastando media caja de fósforos en encender el puro al aire libre. Eso no hay que preguntarlo, don Simón observó Lépero , que de cuenta del señor corre dejar a usted satisfecho.

Luego las mujeres aquellas cubrieron de vistosos paños una mesa, arreglándola como un altar, y sobre ella fué colocada la caja.

Pero y ¿para qué habrán de estudiar el calzado? preguntó una señora mayor; ¡no será para los artilleros peninsulares! Los indios pueden seguir descalzos, como en sus pueblos. Justamente ¡y la caja economizaría más! añadió otra señora viuda que no estaba contenta de su pension. Pero, observen ustedes, repuso otro de los presentes, amigo de los oficiales de la comision.

Palabra del Dia

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