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Actualizado: 25 de mayo de 2025
¡Suaves y bellísimas tardes! ¡La selva contigua, inmensa arpa eólica cuyas cuerdas bate el viento con ternura, arrancando esa melodía profunda e indecisa, con sus notas ásperas de lucha y sus murientes cadencias de amor, que se levanta ante el oído del alma como una nube armoniosa; la selva íntima se extiendo a nuestro lado, mientras todos, a bordo, desde el que deja la patria atrás o marcha hacia ella, hasta el boga que vive en la indiferencia suprema de la bestia que gime en el bosque, todos caen bajo la influencia invencible de la hora solemne en que las agrias cuitas del día callan, para dar paso al cortejo celeste de los recuerdos!
No sé si por el extraño balanceo de Jack, o por lo largo de la canción contenía noventa estrofas, que se continuaban en concienzuda deliberación hasta el deseado fin, el canto de cuna causaba el efecto deseado. Al volver del trabajo, los mineros se tendían bajo los árboles, en el suave crepúsculo de verano, fumando su pipa y saboreando las melodiosas cadencias de la composición.
Sus mejillas, siempre sonrosadas, estaban ahora vivamente encendidas, no tanto por el movimiento como por el amor que poco a poco, a impulso de las cadencias lánguidas de la habanera se había ido apoderando de su ser. Ramona, encendida también como una amapola, apoyaba la barba adornada por los lados con dos hechiceros hoyuelos, sobre su hombro.
Los grupos de campesinos bebían el último trago con los del pueblo, antes de emprender la marcha, deseosos de relatar los incidentes de la famosa lucha durante la velada en la casería. En la plaza sonaban el pito y el tamboril con cadencias de baile. Se había reunido toda la gente joven para celebrar la victoria con un aurresku, la gran danza vasca que tenía algo de rito primitivo.
Aparte la forma que, lo repito, por sus raras cualidades discordaba notablemente con la indiscutible debilidad del fondo, parecía aquello ensayo de un hombre joven que se expansiona en versos y se cree poeta porque cierta música interior le pone en el camino de las cadencias y le impulsa a hablar con palabras rimadas.
Sólo dos cosas bonitas había en ella: los dientes, que eran blanquísimos, y la voz pujante, argentina, con vibraciones de sentimiento y un dejo triste que llenaba el alma de punzadora nostalgia. «Esto sí que tiene carácter» pensaba Moreno oyéndola, y durante un rato tuviéronle encantado las cadencias graciosas, aquel amoroso gorjeo que no saben imitar las celebridades del teatro.
Le diría a mi madre: ¡Madre mía, pon tu albo traje, alégrate sin tasa; ya tenemos los dos, de noche y día, Un milagro de Dios en nuestra casa! Dios ha puesto en el arco de tus cejas la excelsitud de un arco-iris santo, igual que pongo un borbotón de canto en una lira de cadencias viejas.
En el ambiente flotan hálitos de vidas remotas, cadencias de músicas antiguas, y como un fantasma de sonido, susurros de voces lejanas que tiemblan en el aire con quimérica, muda vibración. Algo espectral y desvanecido que da una vaga y misteriosa sensación de presencia.
Palabra del Dia
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