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Actualizado: 24 de julio de 2025
Fue Sancho cabizbajo y pidió la mano a su señor, y él se la dio con reposado continente; y, después que se la hubo besado, le echó la bendición, y dijo a Sancho que se adelantasen un poco, que tenía que preguntalle y que departir con él cosas de mucha importancia.
En la antigüedad como en nuestra era, como en todas las eras posibles, Dios representa el génesis de la sustancia; hoy el hombre representa el génesis de la forma.» Esto, y no otra cosa es lo que el autor de aquel libro quiso decir, y lo que el Emperador pudo creer; pero si se hubiera expresado como yo lo he hecho, aquella idea hubiera entrado en la gerarquía de las cosas oscuras, humildes y plebeyas, no hubiera valido la pena de que un Vieillard llevase el libro á un emperador, y de que un Emperador bajara la cabeza y pensase, y de que volviera á estar cabizbajo y pensativo.
No es decible lo que esto disgustó a Miguel, quien después de mandar el equipaje, se fue con el corazón oprimido hacia el muelle; pero antes se le ocurrió dar una vuelta por la iglesia. Como el tiempo apuraba, corrió hasta sofocarse; no vio rastro de Maximina en todo el ámbito del templo. Salió cabizbajo y llegó al vapor, que estaba pitando terriblemente en espera suya.
Lamentose la tullida, recordó que el jornal de Chinto las ayudaba a vivir; todo se estrelló contra la firmeza de la Tribuna. Y cuando volvió de fuera Chinto a soltar el tubo vacío y a entregar, cabizbajo y humilde como un borrego, sus ganancias del día, Amparo le intimó la orden de no dormir ya aquella noche en casa.
Cuando el sol comenzó a declinar, no contento con espiar por las rejas de mi ventana, salime al portal, y desde allí, enfilando la calle, me sacaba los ojos por si atisbaba a la cigarrera. Nada. Aquella tarde hube de retirarme triste y cabizbajo. Al otro día lo mismo; al otro igual. Ya iba perdiendo la esperanza.
Yo balbuceé: Tengo letras... ¡Aquí están! Tengo letras sobre Londres, sobre Hamburgo... No sirven... ¡Setenta y cinco céntimos!... Y corrida, cena de lord, andaluzas desnudas, todo este sueño expiró como una pompa de jabón dentro de mi alma. Odié a la humanidad. Otro carruaje atestado de gente alegre, por poco me atropella. Cabizbajo, cargado de millones sobre Rothschild, volví a mi cuarto piso.
El barón permaneció algún tiempo cabizbajo; Froilán y Roger no iban menos silenciosos y pensativos que él, pero el alegre Gualtero, que no tenía penas ni amores, se entretenía en blandir la pesada lanza de su señor, amenazando con ella á los árboles y dirigiendo grandes botes á imaginarios enemigos, aunque cuidando mucho de que el barón no advirtiese su belicosa pantomima.
Pero al cuarto de legua se arrepiente, da la vuelta y retorna lento y cabizbajo cerca del punto de partida, lo cual hace pensar a algunos, no sin fundamento, que camina cuesta arriba. Sale de nuevo, no por voluntad, sino apretado por las circunstancias; esta vez se pierde de vista; todo el mundo cree que se va de veras para no volver. No es así, sin embargo.
Era la perfecta imagen del corredor que va y viene y sube escaleras y recorre calles sin encontrar el negocio que busca. Estaba cabizbajo como los que pierden dinero, como el cazador impaciente que se desperna de monte en monte sin ver pasar alimaña cazable; como el artista desmemoriado a quien se le escapa del filo del entendimiento la idea feliz o la imagen que vale para él un mundo.
No quise disimular mi tristeza. Al contrario, forcé la nota lúgubre, permaneciendo silencioso y cabizbajo, a pesar de los esfuerzos que las dos viejas que tenía a mi lado y Joaquinita hicieron por sacarme de mi éxtasis doloroso. Todos allí estaban ya al tanto de lo que me ocurría. Sentía, en verdad, una viva y profunda pena, que me apretaba el pecho y la garganta.
Palabra del Dia
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