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Actualizado: 7 de septiembre de 2025
Aquella mujer era pequeña y delgaducha; tenía los cabellos rojos y desgreñados, las mejillas hundidas, la nariz afilada, los ojos pequeños y brillantes como dos centellas; la boca fina, con los dientes muy blancos, y la tez rojiza.
También era la primera vez que Juan, en el polígono de Souvigny, veía otra cosa que cañones y trenes, tiros y conductores. En las oleadas de polvo levantadas por las ruedas y las patas de los caballos, Juan veía, no la segunda batería montada del 9.º de artillería, sino la imagen distinta de las dos americanas de ojos negros y cabellos de oro.
Deje Elvira los cabellos Y reciba sus favores. Salen DON TELLO y criados; JUANA, LEONOR y villanos. D. TELL. ¿Dónde fué mi hermana? JUANA. Entró Por la novia. SANCHO. Señor mío. D. TELL. Sancho. SANCHO. Fuera desvarío Querer daros gracias yo, Con mi rudo entendimiento, Desta merced. D. TELL. ¿Dónde está Vuestro suegro? NU
Si a esto agrega usted que tarde o temprano... Un golpe violento de tos cortó la palabra a don Mariano. Era un hombre grueso, alto, con barba y cabellos blancos; aquélla muy crecida. Sus ojos negros brillaban como los de un joven, y en sus mejillas sonrosadas el tiempo no había conseguido labrar profundos surcos. Sin duda había sido uno de los jóvenes más gallardos de su época.
El Magistral, como el pez en el agua, entre aquellas rosas que eran suyas y no del Ayuntamiento como las del Paseo grande, se recreaba en los ojos de las que ya los tenían transparentes de malicia; y, más sutilmente, encontraba placer en manosear cabellos de ángeles menores.
Todo esto me lo dijo en su lengua pintoresca y armoniosa, suspendiendo su trabajo, arreglándose con la mano libre, blanquísima y rechoncha, los desordenados cabellos que le coronaban la frente, y sonriendo con la boca, con los ojos parlanchines y con los dos hoyuelos de sus carrillitos sonrosados.
Basta callar. La Sibila del Oriente. Primero soy yo. El secreto á voces. La desdicha de la voz. El pintor de su deshonra. La cisma de Ingalaterra. Los cabellos de Absalón. Las cadenas del demonio. Las armas de la hermosura. La señora y la criada. Nadie fie sus secretos. Céfalo y Proclis. El castillo de Lindabridis. San Francisco de Borja. Bien vengas, mal, si vienes solo.
Sentada en un rincón del fuego, como un monstruo familiar, leía en las cartas el porvenir de mamá; la prometía el reino de París, como una bruja de Shakespeare; la animaba en sus desfallecimientos, consolaba sus disgustos, arrancaba sus cabellos blancos y la servía con una devoción canina.
De mediana estatura, la cabeza desnuda de cabellos en forma de pirámide, patillas que le llegaban hasta la nariz, la voz casi siempre enronquecida. Era hombre divertido, bondadoso, optimista. Estaba soltero y vivía con tres hermanas de más edad, a quienes había hecho verdaderas señoras a fuerza de trabajo y economía.
Conoce al dedillo todas las capitales del mundo. Ayer, porque se le olvidó la de Venezuela, lloró como una Magdalena y se tiró de los cabellos. ¿Y en Historia sagrada? Tampoco marcha mal. Tiene una memoria envidiable. Se sabe sin borrar un punto ya desde la creación hasta Abraham. Ahora se está aprendiendo desde Abraham hasta Moisés.
Palabra del Dia
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