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Actualizado: 7 de septiembre de 2025


Se arrancaba los cabellos, pateaba el suelo como un potro no domado, batía contra las paredes de su casa los aperos de la labranza, lanzaba terribles imprecaciones y amenazas. Al fin cayó en una calma más terrible aún que su furor. Quedó pálido y profundamente sosegado.

En una palabra, desde ayer están los trastos dentro; mi amigo en la escalera mesándose los cabellos, luchando entre la casa nueva y el amor filial; y el viejo en la calle esperando, o a perder carnes o a ganar casa.

Después de haber errado en un círculo sin fin de sensaciones siempre nuevas, llegaría, solo, a la tumba y, lanzando una mirada apagada sobre la escena oscura y confusa del pasado, buscaría inútilmente una de las emociones de sus primeros años: lo habría olvidado todo, ¡todo! hasta el primer beso de su amada, hasta los cabellos blancos de su padre.

A los pocos segundos la desdichada sangraba por todas partes, pero no exhalaba una queja. En cambio, Ángela gemía pidiendo compasión, sin atreverse a intervenir para defenderla. La vara se quebró al medio. Con los cachos aún estuvo aporreándola buen espacio. Cuando se cansó, asiola por los cabellos y la arrastró hasta el cuarto, donde la dejó exánime y ensangrentada.

Era un hombre de veintiocho a treinta años, de estatura más que regular, delgado, rostro fino y correcto, sonrosado en los pómulos, bigote retorcido, perilla apuntada y los cabellos negros y partidos por el medio con una raya cuidadosamente trazada. Guardaba semejanza con esos soldaditos de papel con que juegan los niños; esto es, era de un tipo militar afeminado.

Pendíanle de las orejas dos calabacillas de vidrio, que parecían perlas: los mismos cabellos le servían de garbín y de tocas.

En la veloz carrera apresuradas Las horas del ligero tiempo veo Contra con el cielo conjuradas. Queda atras la esperanza y no el deseo, Y ansi la vida de la muerte della El mal, el daño augmentan que poseo. Ay dura, iniqua, inexorable estrella! Como por los cabellos me has traido Al terrible dolor que me atropella!

Y en los brazos de estas Venus de plateados cabellos siguió recogiendo el merecido premio a su prudencia y bravura. Como el cartaginés Aníbal, Patiño sabía variar en cada ocasión de táctica, según la condición y temperamento del enemigo. Con ciertas plazas convenía el rigor, desplegar aparato de fuerza. En otras era necesario entrar solapadamente sin hacer ruido.

Un paseo, cogido por los cabellos, es un placer delicado, intenso que gozan con delicia inefable las masas proletarias de la honrada clase media española.

Pues yo te juro, Isabel, Que por quererte, desprecio La más hermosa mujer, 1395 Donaire y entendimiento Que tiene aqueste lugar; Porque más estimo y precio Un listón de tus chinelas Que las perlas de su cuello. 1400 Más precio en tus blancas manos Ver aquel cántaro puesto, Á la fuente del Olvido Pedirle cristal deshecho; Y ver que á tu dulce risa 1405 Deciende el agua riyendo, Envidiosa la que cae De fuera á la que entra dentro; Y ver cómo se da prisa El agua á henchirle de presto, 1410 Por ir contigo á tu casa, En tus brazos ó en tus pechos, Que ver como cierta dama Baja en su coche soberbio, Asiendo verdes cortinas 1415 Por dar diamantes los dedos, Ó asoma por el estribo Los rizos de los cabellos En las uñas de un descanso, Que á tantos sirvió de anzuelo. 1420 Yo me contento que digas, Dulce Isabel: «¡Yo te quieroQue también quiero yo el alma; No todo el amor es cuerpo. ¿Qué respondes, ojos míos? 1425

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