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Feliz de verla restablecida, feliz de ser necesario, feliz de encontrarla tan bella. Verdad es que el sol ha tostado su cutis, pero ¡qué joven está! ¡Qué vida respira su mirada encantadora! ¡Qué dulce reflejo de salud en sus sedosos y magníficos cabellos que ondulan al viento! ¿Es fábula lo que se acaba de leer?

La indiferencia y la bondad formaban en su rostro una mezcla deliciosa. Sus cabellos, de un negro azulado, se partían sobre una frente pura, como las alas de un cuervo sobre la nieve de diciembre.

Cuando llegó a narrarle ciertos odiosos y terribles pormenores, el conde principió a dar vueltas por la estancia como fiera enjaulada, a mesarse los cabellos, a arañarse la cara, lanzando rugidos de coraje. Al quedarse solo, mil ideas, todas desatinadas, se le atropellaron en la mente.

¡Entra, pues, maldito! exclamó su madre, empujándole con tanta violencia que su cabeza fue a dar contra la pared, y la sangre salió. Entonces el idiota se echó a reír a carcajadas, con una risa estúpida y convulsiva, enjugó su herida con sus largos cabellos, y fue a dejarse caer bajo la campana de una vasta chimenea.

Cuando yo le conocí pasaba de los cincuenta y cinco, y las canas que brillaban entre sus rubios cabellos, como hebras de plata, lo decían muy claro.

Entonces Jerónimo quiso conocer á la duquesa, y la conoció. Vió que los cabellos de la duquesa eran rubios, del mismo color que el rizo que estaba encerrado en el medallón. Después preguntó quién era ó había sido el joyero del duque de Gandía. Dijéronselo, y le buscó, y en secreto le preguntó, presentándole un brazalete, si lo había él fabricado.

Marta se ruborizó hasta la raíz de los cabellos, pero yo le tomé la mano a hurtadillas por debajo de la mesa, diciéndome: ¡Ya sabemos lo que nos hace tan felices! Al día siguiente por la mañana, cuando tomábamos nuestro café, papá entró con una carta abierta en la mano. Una ave forastera viene a albergarse en nuestro nido dijo riéndose. ¡Adivinen cómo se llama!

Si vuestras narices no estuviesen tan arañadas, ya veríais... ESCIPIÓN. ¡Perdonad, señora! No ha sido otra que vos la que me las ha puesto así. CLEOPATRA. ¿Cómo? ¿Yo? Entonces sois vos quien me ha raptado. Vuestros cabellos huelen a... ¿Cómo se llama eso? CLEOPATRA. ¡No os importa a lo que huelen mis cabellos! Yo creo que no huelen mal. ESCIPIÓN. Eso es lo que yo digo...

No usaba peluca, y sus abundantes cabellos rubios, no martirizados por las tenazas del peluquero para tomar la forma de ala de pichón, se recogían con cierto abandono en una gran coleta, y estaban inundados de polvos con menos arte del que la presunción propia de la época exigía.

El ángel voló sonriendo hacia la enferma, ella abrió los brazos para recibirlo y el movimiento que hizo la despertó. Al abrir los ojos, vio entrar a la vieja condesa con traje de viaje y al joven Gómez trotando a su lado. El niño sonrió instintivamente a aquella linda muñeca blanca con cabellos de oro, e hizo ademán de querer trepar a la cama. Germana intentó ayudarle, pero no era bastante fuerte.