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Actualizado: 8 de junio de 2025


Por el art. 31 se les impone trabajos públicos á los insolventes de pagos á la Hacienda, á razón de un mes por cada dos pesos; el art. 40 previene que los chinos no podrán ausentarse de la provincia si no prestaren la correspondiente fianza; el art. 42 establece un impuesto sobre tiendas y talleres de chinos, pagándolo el que esté al frente de dichos establecimientos, sin que pueda servirles la alegación de pertenecer á sus mujeres ó á otras personas; dividiéndose las tiendas en cuatro clases, pagando las de primera 100 pesos, las de segunda 60, 30 las de tercera y 12 las de cuarta; formándose con esta división un registro por las subdelegaciones de Hacienda, á las que están obligados los cabecillas de los establecimientos chínicos á dar cuenta de lo que venden y á cuantas noticias se refieran á abrir, cerrar, vender ó traspasar tiendas ó talleres, llevándose nota de cualquier novedad al registro.

Eugenio Lacoste, hoy moribundo en el hospital de Santiago, y que, como nadie ignora, fué el cerebro de la revolución, ha declarado que tanto él como los demás jefes del movimiento acometieron la peligrosa aventura en la creencia de que el gobierno, en su afán de ahorrarse líos y complicaciones con los americanos, se apresuraría á comprar la paz á cualquier precio; y esto me parece bastante probable; pero lo que ni el paralítico ni ninguno de los cabecillas prisioneros ó presentados dice, es que la llamada "revolución racista" no debía limitarse á un chispazo sin importancia en las Villas y á un alzamiento de fuerza más aparente que real en las serranías orientales.

Menudeaban tanto por aquel tiempo los presbíteros que, fugados de sus curatos, aparecían luego como cabecillas en el campo o eran sorprendidos en las ciudades sirviendo de auxiliares y emisarios cerca de las juntas del partido faccioso, que nada tenía de absurdo la sospecha de Millán: justificábala, además, el empeño de Tirso en callar el objeto de su viaje. ¿No podían haber convertido el fanatismo de aquel hombre en instrumento suyo las mismas gentes que le hicieron clérigo a espaldas de sus padres?

¡Desgraciadamente, hijo mío interrumpió don José no son exageraciones! Esos curas de canana y retaco, son iguales a los de la otra guerra. Aún recuerdo yo lo que hicieron don Basilio y Orejita, que eran dos cabecillas, el año 36 en la Calzada. Cerca de ciento veinte personas sacrificaron, hasta mujeres y niños, y ¿sabéis quién sirvió de ojeador? el prior de la Calzada.

Esta reunión de los tres principales cabecillas entre Guantánamo y Santiago hizo posible que el gobierno dirigiese todas las tropas de la República contra un solo punto, lo que no habría ocurrido si Estenoz, más arrojado, se hubiera puesto á la cabeza de sus parciales en las llanuras de Occidente.

Alarmado el Ayuntamiento con las noticias que le llegaban, trasladóse en cuerpo á la plaza de la Feria, donde interrogados los cabecillas de la asonada acerca de lo que pretendían, respondieron ¡trigo! á lo que contestó el Asistente, que donde lo hubiere se lo mandaría dar.

El que después fue el más grande de los cabecillas y el genio militar de D. Carlos, estaba a la sazón de cuartel en Pamplona, vigilado por la autoridad militar. Varias veces le había amonestado Solá. Se contaban sus pasos y se le había prohibido tener caballo. Vivía con su familia y era hombre muy morigerado.

¿Y qué vamos á hacer de ella? dijo Elías mirando al cura de Carrión y á los demás cabecillas del tumulto. Todos se encogieron de hombros y besaron á Clara. Nosotros nos quedaremos con ella, dijeron las dos mujeres que habían servido al coronel cuando era rico. No dijo Elías: yo la recojo. Me la llevaré conmigo, la educaré. Las mujeres aquellas eran muy pobres.

Las gentes se hablaban ávidas de recibir y comunicarse nuevas que justificaran la exaltación de los ánimos; los que no sabían leer, es decir, el mayor número, se reunían en corros a oír las relaciones que en cartas o periódicos se hacían del estado de España, que semejaba haber caído en poder de moros; comenzaron a pronunciarse con respeto nombres de cabecillas olvidados; y personas que jamás hicieron alarde de su opinión, manifestaron sin rebozo que, si en aquellos valles volvía a resonar el grito de Dios, Patria y Rey, contestarían a él con entusiasmo.

Atribúyenla algunos á las eficaces combinaciones militares del General Monteagudo y á la pericia y el valor de sus oficiales y soldados. Los que así opinan, afirman que los cabecillas de la rebelión fueron derrotados con sus propias armas, merced á la táctica mambisa que emplearon las tropas.

Palabra del Dia

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