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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Yo que profeso en el alma La religion de la muerte, Sobre su sepulcro inerte, Llanto y flores derramé, Y entre las fúnebres flores Lágrimas puse á millares, Y entre blancos azahares Pensamientos coloqué. Y al pié del mústio sepulcro De la cándida María, Mis ojos vieron un dia Dos pensamientos brotar, Y luego ví el huracan Llegar con vuelo violento, Deshojar un pensamiento... Y uno tan solo dejar.
Muñoz y Pabón posee no comunes dotes de escritor y de poeta, mientras que por otra parte, presumo yo que movido el autor por su gran piedad religiosa, tal vez sobrado cándida e irreflexiva, ha tomado para asunto de sus cantos, o mejor diré de sus narraciones en romances, ya que se trata de un Romancero, algo a mi ver delicado en extremo y ocasionadísimo a incurrir en faltas.
No hay peligro ni inconveniente en desatinar por cuenta propia. Me jacto de haberlo demostrado. El inconveniente y el peligro están en la admiración cándida de los extranjeros y en remedar, acaso desmañadamente, lo que los extranjeros piensan o dicen.
Arturito había formado lista de ellas y dispuesto que las hubiese de todas procedencias y de todos colores: desde la alemana Catalina, apellidada por su cándida y sonrosada tez y por su dulce y buena pasta el Merengue de fresa, hasta lo que llaman en el Brasil café con leche más o menos cargado y café puro; esto es, que había tres o cuatro mulatas convidadas a la función y una negra gentilísima a quien llamaban la Venus de bronce.
Las Maimaison descollaban rosadas y turgentes, como un hermoso seno; las té se deshacían, dejando pender sus desmayados pétalos; las de Alejandría, erguidas y elegantes, vertían su copa de esencia embriagadora; las musgosas reían irónicas con sus labios de carmín, al través de una barba tupida y verde; las albas desafiaban a la nieve con su fría y cándida belleza, con su rigidez púdica de flores de batista.
Es tanta la ignorancia de la vida y tan cándida su timidez, que daría gana de permitirse con ella una familiaridad de hermano mayor, sin sus ojos, aquellos ojazos de profunda gravedad, superior a sus años, que desconciertan e infunden respeto.
Y cuidado prosiguió Pilar que otro en su caso.... No, mira, si yo fuese hombre, no sé lo que hubiera hecho... eso de que un caballero acompañase a mi novia tantos días... así, mano a mano... y precisamente cuando.... A este golpe directo y brutal, alzó Lucía la frente, y posó en su amiga la mirada cándida, pero digna y aun severa, que a veces solía chispear en sus ojos.
En otro tiempo lejano, muy lejano, esas mismas notas, suaves como el arrullo de la tórtola y prolongadas como el rumor del río, habían pasado muchas veces por la garganta de una niña cándida y alegre á quien todos besaban y llamaban de tú, trasformada después en ilustre dama. Cuando el canto hubo cesado, se levantó y empezó á caminar hacia el sitio de donde saliera.
La joven huérfana, por su parte, experimentaba una infinita dulzura en aquella cándida confianza de la bonita niña que iba ingenuamente a ella como a una hermana mayor. Delicada y débil, verdadera sensitiva bajo su exuberante alegría, la muchacha tenía una ardiente necesidad de afecto, una especie de ternura inquieta y enfermiza que hubiera querido satisfacer en el seno materno.
Quieta es la superficie de sus aguas Si el viento no la agita con furor, Como tu frente es cándida y serena Si no la agita el soplo del amor. En el lecho pedroso do descansa Se deslizan sus aguas con quietud, Como tus horas corren no sentidas Por el sendero fiel de la virtud.
Palabra del Dia
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