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Actualizado: 22 de julio de 2025
El recuerdo de su antiguo novio había vivido siempre en el fondo de su pecho. Ni la traición, ni el desdén, ni las mil distracciones a que se arrojó en la vida frívola y bulliciosa de París, habían logrado arrancarlo de allí. Si le hubiera hallado satisfecho, en la plenitud de su fuerza y salud, no habría sentido aquel soplo dulce que la acarició un instante.
El jardinero de la señorita Guichard, ocupado en rastrillar un terraplén que caía sobre el bosque á lo largo de una calleja, miraba por encima de la tapia la partida de la bulliciosa cabalgata, que había salido al galope y no podía contener los caballos, estimulados por un pienso extraordinario.
Las alegrías que no había tenido en su niñez, el gozo y el contento de que no había gustado en los primeros años de su juventud, la bulliciosa actividad y travesura que una madre adusta y un marido viejo habían contenido y como represado en ella hasta entonces, se diría que brotaron de repente en su alma, como retoñan las hojas verdes de los árboles, cuando las nieves y los hielos de un invierno rigoroso y dilatado han retardado su germinación.
Por último, llamaba al Ser Supremo en su auxilio y le rogaba se dignase bendecir «su pobre choza.» Miguel, en vez de enternecerse como debía, se rió mucho leyéndola: mas al instante quedó triste y cabizbajo al recordar que debía abandonar a Pasajes dentro de pocos días. La verdad era que lo estaba pasando bien y que no le halagaba nada tornar de nuevo a la bulliciosa vida de la corte.
Cuando Pepita se vio sola, su bulliciosa alegría se disipó, y su rostro tomó una expresión grave y pensativa. Pepita pensó dos cosas igualmente serias: una de interés mundano, otra de más elevado interés. Lo primero en que pensó fue en que su conducta de aquella noche, pasada la embriaguez del amor, pudiera perjudicarle en el concepto de D. Luis.
Una almadía, conduciendo gente muy bulliciosa y regocijada, se acercó al costado de la nave. Uno de los de la almadía pidió permiso para que visitasen la nave él y sus compañeros.
¡Triste condición la de un pueblo que no rinde culto á la hermosura y donde el amor no se levanta sobre el egoísmo del más fuerte! El día de San Roque he asistido á las fiestas de Somahoz y regaládome con la música y el baile del país. La música es una especie de jota menos bulliciosa que las de Aragón y de una melancolía infinita.
Los Gandarvas descendían del Baikounta o paraíso de Vishnú para cantar sus alabanzas y las Apsaras para tejer danzas en torno suyo. Esta serenata y este baile famosos, apellidados la rasa, se representaban aquella noche. En anchas plazas bailaban lindas bayaderas. La circunstante y bulliciosa muchedumbre gozaba en mirar y aplaudía con locura.
De consiguiente, los viejos puritanos con sus capas negras y sombreros puntiagudos, no podían menos de sonreirse ante la manera bulliciosa y ruda de comportarse de estos alegres marineros; sin que excitara sorpresa, ni diese lugar á críticas, ver que una persona tan respetable como el anciano Rogerio Chillingworth entrase en la plaza del mercado en íntima y amistosa plática con el capitán del buque de dudosa reputación.
Tenía hermosos ojos y muy correctas facciones; y sin dejar de ser animosa para todo, faltaba casi siempre en sus actos y en sus dichos el color de la sinceridad, lo cual se atribula, más que a un vicio de su carácter, a que rara vez la animaba el calor del entusiasmo. Sagrario era una rubia inquieta y bulliciosa, ávida de impresiones, de aire, de luz... y de golosinas.
Palabra del Dia
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