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Actualizado: 4 de junio de 2025


El cuarto estaba casi a oscuras; por las rendijas de la madera penetraban dos o tres rayos de sol, agitando millares de átomos inquietos que bullían como polvo de luz; las galas estaban esparcidas sobre un sofá de raso, y el corsé de seda azul con trencillas blancas, caído al pié de una butaca.

Ejempli gracia: ese vuestro naso corvo y parvo, e arremangado un tantico como quien va a la frente, me ponía un miedo cerval como a doncella asustadiza: parecíame jeme de gigante sayón desplegado por la mitad de vuestra cara, e las carnes me bullían viendo los anchos lunares como de almagre que le paraban.

En las callejuelas cercanas bullían rameras de la más extremada abyección, juntas con negros, con marineros levantinos, con marroquíes é indostánicos, con vagabundos de todo el planeta. Pero la millonaria no conocía el miedo. Además, iba apoyada en el más fuerte de los brazos.

En mi pecho bullían ardientes furores, y se quemaba mi frente circundada por anillo de candente hierro. Los celos me llevaban en sus alas negras llenas de agudas uñas que desgarran el pecho, y dejándome arrastrar, no podía prever cuál sería el término de mi viaje.

Doña Paca, suspirando con toda su alma, entre un bocado y otro, expresó en esta forma las ideas que bullían en su mente: «Dime, Nina, entre tantas cosas raras, incomprensibles, qué hay en el mundo, ¿no habría un medio, una forma... no cómo decirlo, un sortilegio por el cual nosotras pudiéramos pasar de la escasez a la abundancia; por el cual todo eso que en el mundo está de más en tantas manos avarientas, viniese a las nuestras que nada poseen?

Pero, a pesar de esto, cuando solo, con su libro de horas bajo el brazo, se le veía cruzar los anchos corredores o sentarse bajo las umbrías del huerto, parecía que dentro de su alma bullían y a sus miradas se asomaban vagos temores por su vida futura y dudas sobre la suerte que le estaba reservada.

Y en vez de pensar en educarle para elevarle a su altura, pensó en educarse a misma para subir a la altura en que le veía colocado. Bullían todos estos pensamientos en la mente de Rafaela de modo harto confuso. Lejos de ella el imaginarse enamorada del inglesito. El propósito de enamorarle más lejos aún. Sólo meditaba entonces virtud, abnegación y toda clase de sublimidades.

A un lado estaban la soledad, el egoísmo indiferente de todo lo que se siente morir, la puerta del templo cerrada para siempre; al otro lado bullían y se agitaban los símbolos del porvenir, de la esperanza y de la vida. La Iglesia es como esas queridas desdeñosas que nunca vuelven a recibir entre sus brazos al que una vez se aparta de ellas. Lázaro se volvió pensativo a la posada.

Uno de los que más bullían y mangoneaban por allí era D. José María el boticario, el antiguo suscritor de El Motín y corifeo de los masones, dando claro testimonio de que para Dios no hay imposibles, y que nadie puede decir que está por completo dejado de su mano.

Las ideas de la Vida de Jesús y las que había oído a Montesinos bullían confusamente en su cerebro, y no se calmarían repentinamente por un esfuerzo de la voluntad. ¿Por qué no había de ahondar en el examen de los orígenes de la religión cristiana? ¿Por qué no había de conocer hasta en sus últimos pormenores los datos de la discusión, a fin de confundir, de pulverizar a cualquier racionalista que se le presentase, por sabio que fuera?

Palabra del Dia

rigoleto

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