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Gracias al interés que observó en los ojos de la joven maestra, se animó, y juntando entre las rodillas sus dos manos, enguantadas de color de lila, continuó en tono confidencial: Señora, ya ve usted que nadie más que yo tiene derecho sobre el niño, y, sin embargo, yo no soy la persona que debiera educarle.

Era preciso educarle nuevamente, y aquellos buenos señores acometieron esta difícil tarea con placer mefistofélico. ¿No era, por ventura, una cosa divertida y agradable la empresa de desmoralizar al auvernés? Cierto día le preguntaron en qué pensaba emplear los cien luises de M. L'Ambert cuando acabase de ganarlos.

Está bien, respondió la doncella, reconozco por padre de la criatura el que le pueda dar mejor educacion. Parió un chico, y quiso educarle uno y otro mago. Llevada la instancia ante Zadig, los llamó á entrámbos, y dixo al primero: ¿Qué has de enseñar á tu alumno?

Se había acostumbrado de tal modo Jacinta a la idea de hacer suyo a Juanín, de criarle y educarle como hijo, que le lastimaba al sentirlo arrancado de por una prueba, por un argumento en que intervenía la aborrecida mujer aquella cuyo nombre quería olvidar.

Nacho crecería, Nacho tendría que estudiar, Nacho sería mozo, Nacho sería un hombre; y ¡ay de él! si mientras recorría este sendero largo y escabroso, no se cuidaba nadie de educarle como era debido para que el espíritu no se corrompiera dentro de un cuerpo mal oxigenado. «No tiene escape, Lucrecia.

Y en vez de pensar en educarle para elevarle a su altura, pensó en educarse a misma para subir a la altura en que le veía colocado. Bullían todos estos pensamientos en la mente de Rafaela de modo harto confuso. Lejos de ella el imaginarse enamorada del inglesito. El propósito de enamorarle más lejos aún. Sólo meditaba entonces virtud, abnegación y toda clase de sublimidades.

Empezó el tiempo a educarle en la amarga escuela de la experiencia. Semejantes a estrellas que se extinguen, fueron nublándose sus esperanzas, y la fe fue perdiendo lentamente su virginidad, como la nieve del cielo pierde su blancura puesta en contacto con la tierra.

Demasiado es en ellos esa suspicacia extremosa que forma su carácter, primer testimonio de que no carecen de criterio. ¡Ojalá supieran educarle, y entonces no emplearían aquélla en dudar de todo el mundo, ni se acarrearían esas guerras intestinas que los lleva á cada instante á disputar sus derechos ante los tribunales de justicia, consumiendo en empresas tales el fruto de sus faenas, mientras sus hijos se arrastran desnudos, pidiéndoles un pedazo de pan que no siempre reciben!