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Al cabo cesa la música, los resplandores se extinguen; la visión celestial se disipa. Vuelve á aparecer la inmunda casa de los pobres y el angosto lecho en que Hannele está postrada. Entra el médico en escena; mira á la muchacha y dice: ¡Está muerta! Así acaba el drama.

La estancia yacería en tinieblas si no fuese por los troncos de roble que forman allá en el fondo un rincón luminoso. Arden en silencio; la mitad está convertida en brasa. Algunas llamas fugaces y azuladas los coronan y se extinguen alternativamente. Al desaparecer dejan en su puesto blancos penachos de humo, que no tardan en ascender por el estrecho cañón á tomar el fresco de la noche.

Si lo hubiese sería igual para los dos cónyuges, y bien saben ustedes que las faltas del marido, cuando no son excesivamente escandalosas, ni atentan al matrimonio ni extinguen por lo general el amor de la esposa. Elena escuchaba con intensa atención. Las palabras del pintor le sorprendían y aunque no les diese completo asentimiento, no pudo menos de hallarlas razonables.

Empezó el tiempo a educarle en la amarga escuela de la experiencia. Semejantes a estrellas que se extinguen, fueron nublándose sus esperanzas, y la fe fue perdiendo lentamente su virginidad, como la nieve del cielo pierde su blancura puesta en contacto con la tierra.

Las religiones no desaparecen repentinamente, por escotillón; se extinguen lentamente, infiltrando una parte de sus creencias y sus ritos en la religión que las reemplaza. Hemos nacido en uno de estos períodos de transformación: asistimos a la muerte de todo un mundo de creencias. ¿Cuánto durará la agonía? ¡Quién sabe!

Usted sabe que no, y se queja con razón viendo cómo se extinguen, sin el auxilio popular, las antiguas grandezas de la Iglesia. Eso es verdad dijo el Vara de plata . No hay fe: nadie es capaz de hacer un sacrificio por la casa de Dios. Sólo en la hora de la muerte, cuando entra el miedo, se acuerdan algunos de ayudarnos con su fortuna. No hay fe; ésa es la verdad.

Pero antes de que el Sr. Dimmesdale hubiera terminado de hablar, brilló una luz en toda la extensión del obscuro horizonte. Fué sin duda uno de esos meteoros que el observador nocturno puede ver á menudo, que se inflaman, brillan y se extinguen rápidamente en las regiones del espacio. Tan intenso fué su esplendor, que iluminó por completo la densa masa de nubes entre el firmamento y la tierra.

En el Mediodía los tonos de la tierra se extinguen por el esplendor preponderante del cielo, por la iluminación universal del aire: ¡pero aquí! ¡qué inmensa variedad de nuances! ¡Oh, hermosa, infinita!... ¡Luego, qué fuerza, qué movilidad! En el Mediodía un tono permanece fijo. La luz inmutable del cielo le mantiene durante muchas horas, y lo mismo un día que otro.

Parece guardar un terrible secreto: brotan de sus ramas rumores sordos y después se extinguen para renacer de nuevo, como el murmullo lejano de las olas. Arriba es, en las copas, donde el ruido se propaga; abajo todo está inmóvil, impasible y siniestro. Las ramas, cargadas de negro follaje, se inclinan hasta el suelo, y estremece el pasar bajo aquellas bóvedas sombrías.

Al comienzo todos la creyeron viuda; no era sino una virgen vetusta que consumía su corazón y su virginidad en el ara de un ideal remoto e imposible, como esas lámparas de la devoción que se extinguen tristemente ante una hornacina olvidada.