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Extasiábase ante los incidentes más insignificantes de la existencia de las santas, en los cuales solía mostrar Dios que las tenía elegidas para y que no permitía que el mundo se las arrebatase, como, por ejemplo, la escena del milagroso sapo que Santa Teresa vio hallándose conversando en el jardín con un caballero hacia quien se sentía inclinada; la muerte inopinada de Buenaventura, hermana de Santa Catalina, que encaminaba a esta santa por la senda mundanal del adorno del cuerpo y los placeres, y otros muchos de que están llenos los libros referidos.

Lo cual visto por Preciosa dijo: Todas las cruces, en cuanto cruces, son buenas; pero las de plata o de oro son mejores; y el señalar la cruz en la palma de la mano con moneda de cobre sepan vuesas mercedes que menoscaba la buenaventura, a lo menos, la mía; y así, tengo afición a hacer la cruz primera con algún escudo de oro, o con algún real de a ocho, o, por lo menos, de a cuatro; que soy como los sacristanes: que cuando hay buena ofrenda, se regocijan.

Ya que le has dao una paliza gitana en la tienda de la Parra y luego la licencia absoluta. Te engañas, máscara. Se ha marchado ella por su gusto. ¡Ay, Velázquez, qué malo eres y qué traidor con las pobres mujeres!... Pero Dios te castigará algún día; no tiene remedio. Dame la mano, falso; voy á decirte la buenaventura. Tómala, niña, y hazlo vivito que se reúne mucha gente.

Iba la hermosa niña los domingos y jueves a pasar con doña Tula todo el día; también solía ir los martes y los viernes, y a veces los lunes y sábados. Los días de fiesta reuníanse allí varias amiguitas de la generala, entre ellas las niñas de D. Buenaventura de Lantigua, y una prima de estas, hija del célebre jurisconsulto D. Juan de Lantigua, la cual, si no estoy equivocado, se llamaba Gloria.

Pero mi tía no contestaba; empeñada en colocar su saludo en la cara de sus ídolos y en que su marido también lo colocase, lo cazó materialmente del brazo y le mandó que esperara la ocasión propicia para mover el pescuezo. De pronto pareciole que la miraban. ¡Ahí mira don Buenaventura! ¡ahí te mira el doctor Trevexo... dijo; ¡ahora!... saluda, Ramón.

Entonces salió de su casa, pues nadie había presenciado el crimen, y en la calle acertó á encontrarse á dos señores, que eran don Felipe y don Buenaventura Alcázar, primos de la víctima, y á los cuales dijo Villegas que había matado á un hombre y les rogaba les diesen asilo.

¡Por el mismo! gritó, sin esperar que le preguntasen nada, don Pancho. Por don Buenaventura agregó don Narciso Bringas. Ramón también vota por él, doctor Trevexo dijo mi tía; apunte, doctor, el voto de Ramón; y si ustedes me permiten votar a , yo... Vote usted, señora, vote usted mil veces; la más poderosa válvula política de nuestro partido es la mujer.

Ya lo creo, no tenía la misma opinión de él. Pues ¿y mi tía? Su tía es la que da la voz y el voto aquí, menos a , que, al fin y al cabo, uno de estos días le voy a dar un susto haciendo desbocar los caballos y echándola a una zanja por exaltada. ¿Entonces yo debo pelear contra don Buenaventura? ¡Pues ya lo creo, y ahí va un pelotazo más!

Buenaventura de Zarate, guardian del convento de D. Francisco de la Isla de Macera, declara, que habiendo tenido en su servicio, por espacio de 6 años, á un indio cristiano, llamado Nicolas Confianza, muy ladino y enterado de nuestra religion é idioma, siendo ya de edad de 60 años, cayó enfermo, y estando desauciado, y disponiéndose para morir, le dijo: que queria hacer por escrito una declaracion que hallaba por muy conveniente al servicio de Dios, porque tenia mucho temor de ir á su divina presencia, sin manifestar lo que sabia.

Uno tengo yo replicó la doncella ; si éste basta, hele aquí, con condición que también se me ha de decir a la buenaventura. ¿Por un dedal tantas buenasventuras? dijo la gitana vieja . Nieta, acaba presto; que se hace noche.