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Actualizado: 6 de junio de 2025
El criado inundó su pelo de brillantina y esencias, peinándolo en bucles sobre la frente y las sienes; después emprendió el arreglo del signo profesional: la sagrada coleta. Peinó con cierto respeto el largo mechón que coronaba el occipucio del maestro, lo trenzó, e interrumpiendo la operación, lo fijó con dos horquillas en lo alto de la cabeza, dejando su arreglo definitivo para más adelante.
Y todo esto es mío pensaba Carlos , mío sólo en el mundo, y para siempre; porque envejeceremos juntos; las arrugas surcarán esa cara fresca y aterciopelada; esos anillos de ébano se convertirán en bucles argentinos decía él pasando su mano por la sedosa cabellera de Anita , y vieja, abuela ya, se extinguirá en una serena tarde de otoño, en medio de sus nietos, y sus últimas palabras serán: «Voy a unirme contigo, Carlos mío». ¡Oh! sí, sí, porque yo habré muerto antes que ella... Pero, de aquí allá, ¡qué porvenir! ¡qué hermosos días!
En un tiempo en que se honra al mérito y al talento dijo un hombre que vestía una ropilla de terciopelo encarnado, el cual tomaba lentamente y con placer su chocolate. Que se le recompense como cantante, concedo replicó un joven hidalgo, que estaba arreglándose ante un espejo del café los bucles de su cabellera y su chorrera de encaje.
Ella sorprende esa mirada, y ruborizándose un poco echa para atrás los indomables bucles. Caminan un instante en silencio, uno al lado del otro. La joven baja los ojos y sonríe, como si de pronto se hubiera apoderado de ella la timidez. Franquean los dos la gran puerta cochera sin haber reanudado la conversación. Juan mira a su alrededor y suelta un grito de admiración.
Sonrióme la amada, y floreció en el alma la ilusión que se ha ido, y tuve sueños plácidos de corderos que triscan camino del aprisco, de soles que agonizan tras montañas azules, de cristalinos ríos que arrastran hojas secas sobre sus ondas suaves como bucles de niño.
Agitábanse las rosas del sombrero y los falsos bucles de la cabellera, de un rubio escandaloso, con el impulso de sus risas. Aplaudía, abriendo al mismo tiempo las piernas, que tiraban de la falda, dejando al descubierto una parte de sus abultados y marchitos encantos. El Pescadero, desde la puerta, explicó a Gallardo el origen de estas gentes.
La negra y rizada cabellera que ceñía sus cándidas sienes, formando undosos y perfumados bucles, se la cortó él mismo, y te la envía como último presente. El escudero Chandac tiene el encargo de entregártela, y ya se adelanta a cumplirle, si le dejas penetrar hasta aquí. Ya estáis muertos y separados de él. Estáis muertos porque no tenéis memoria y no le recordáis.
El calor le habrá hecho a usted daño le dijo el joven con una emoción que en vano trató de dominar; y si se quitase un momento el antifaz... La desconocida rehusó de nuevo, limitándose, para respirar con más desahogo, a echar hacia atrás la capucha de su dominó, que le cubría la frente. Arturo vio entonces una hermosa cabellera negra, que caía en rizados bucles sobre la espalda.
Todo en ella flota y se agita: sus faldas, las cintas de su delantal, el pañuelo que rodea su cuello, la masa en desorden de sus rebeldes bucles. Permanece así un instante, inmóvil, como fascinado, siguiéndola con los ojos; después menea la cabeza y se dirige hacia el emparrado. La primera cosa que le llama la atención es una mesita sobre la cual se ve una canastilla de paja para la labor.
Sus oscuros bucles se convirtieron en rubios en nuestras manos profanadoras. ¡Cuadro de espanto y de horror, aquel agua perfumada corriendo por la pálida frente del cadáver, aquel fúnebre disfraz para el ataúd! ¿Cómo pude soportar esa prueba sin que mi corazón estallase en pedazos?
Palabra del Dia
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