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Pero despues de admirarlo pregunté si la Corte no permitia la propagacion en el país de aquellas razas superiores, procedentes de diversas regiones del mundo, y me dijeron que no. Todos esos tesoros son, pues, de puro lujo, sin utilidad para el Estado. Y ese palacio de los brutos ha costado millones, esos animales valen millones, y su manutencion espléndida cuesta enormes sumas anuales.

Bueno es que los sabios piensen en el porvenir; pero los brutos como nosotros sólo vemos el presente. Hemos empleado el tiempo discurriendo barbaridades: secuestrar a don Sebastián y exigirle un millón de rescate; entrar en el palacio una noche, ¡y qué yo qué más...! Todo majaderías ideadas por tu sobrino.

Todo el mundo se acerca y rivaliza en agasajos con los brutos domesticados, y cada cual tiene su preferido, á quien obsequia en cada visita con golosinas que el pobre animal recibe con gratitud y cariño.

No veo que bajo este aspecto pueda ofrecerse ninguna dificultad; pero la cuestion no está resuelta sino en su parte negativa, pues hasta aquí solo sabemos que el alma de los brutos no se corrompe ó no muere por descomposicion; fáltanos saber qué se hace de ella; ¿se anonada? ¿continúa existiendo? y en tal caso, ¿de qué manera? Estas son cuestiones diferentes.

Creyó que estaba muerta o que le faltaba poco para morirse; mandó a Encarnación en busca de Segunda y de José Izquierdo, y cogiendo la cesta en que Juan Evaristo dormía, la puso en la sala. «No me determino a llevármelo pensó el buen viejo . Pero al mismo tiempo, si esos brutos se empeñan en impedirme que me lo lleve... ¡Ah!, no; yo cargo con él, y que tiren por donde quieran». Cogió la cesta, y bajándola a su casa con toda la rapidez que le permitían sus piernas no muy fuertes, azorado como ladrón o contrabandista, volvió a subir y se aproximó a la enferma, mirándola tan de cerca, que casi se tocaban cara con cara. «Fortunata... Pitusa» murmuró echando talmente la voz en el oído de la joven.

Con que, triunfando de la envidia sabes, Felicemente penetrando el viento, Venciendo en curso al mismo pensamiento Prender los brutos i alcanzar las aves. I viendo que eternizas tu memoria, Porque viva tu nombre sin segundo, Escediendo los limites del suelo, Agradecidos todos á tu historia, Ellos ilustran con tu fama el mundo I ellas te suben con su pluma al cielo.

Estaba visto que el señorito tenía que parar en esto. Mi poca energía tiene la culpa. Con riesgo de la vida debí barrer esa canalla, si no por buenas, a latigazos. Pero yo no tengo agallas, como dice muy bien el señorito, y ellos pueden y saben más que yo, a pesar de ser unos brutos.

Y don Salvador cogió una jofaina llena de agua y la puso en el suelo al lado del perro, que comenzó a beber con avaricia, agitando la cola. Cachucha abrió inmensamente los ojos y dijo: ¡Calla; pues es verdad; bebe agua! Y volviéndose indignado contra la muchedumbre, añadió: ¡Pedazos de brutos, animales! ¿Por qué me habéis dicho que estaba rabioso?

A la Regenta le temblaba el alma con una emoción religiosa dulce, risueña, en que rebosaba una caridad universal; amor a todos los hombres y a todas las criaturas... a las aves, a los brutos, a las hierbas del campo, a los gusanos de la tierra... a las ondas del mar, a los suspiros del aire.... «La cosa era bien clara, la religión no podía ser más sencilla, más evidente: Dios estaba en el cielo presidiendo y amando su obra maravillosa, el Universo; el Hijo de Dios había nacido en la tierra y por tal honor y divina prueba de cariño, el mundo entero se alegraba y se ennoblecía; y no importaba que hubiesen pasado tantos siglos, el amor no cuenta el tiempo; hoy era tan cierto como en tiempo de los Apóstoles, que Dios había venido al mundo; el motivo para estar contentos todos los seres, el mismo.

¡Qué brutos! exclamó Pepe sin leer más, y dejando el librito donde estaba. Aquella noche Pepe y Millán, terminado su trabajo, salieron juntos de la imprenta.