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Actualizado: 7 de julio de 2025


Pensaba que con el título de duquesa, y tantísima riqueza acumulada en aquel palacio, D.ª Carmen debía de ser la mujer más feliz de la tierra. ¿Qué hace la viejecita? ¿qué hace? entró preguntando en tono medio brutal medio cariñoso, que revelaba bien la profunda indiferencia que su mujer le inspiraba. D.ª Carmen levantó los ojos sonriendo. Hola ¿eres ? Milagro, por aquí a esta hora.

Y cuidado prosiguió Pilar que otro en su caso.... No, mira, si yo fuese hombre, no lo que hubiera hecho... eso de que un caballero acompañase a mi novia tantos días... así, mano a mano... y precisamente cuando.... A este golpe directo y brutal, alzó Lucía la frente, y posó en su amiga la mirada cándida, pero digna y aun severa, que a veces solía chispear en sus ojos.

¿Qué le importaba ya la suerte de los infelices, el destino de la horda miserable y los tremendos conflictos que pudieran desarrollarse en lo futuro?... A vivir: toda su vida la tenía en sus brazos. El calor de este cuerpecillo le infundía una resolución egoísta y brutal. Al coger a su hijo sentíase fuerte. Era como un arma que le daba confianza y valor para seguir su marcha.

No contribuían poco a asustarla las voces de los marineros, que para alentarse y vencer la resistencia de las olas a cada golpe de remo gritaban a un tiempo: ¡Aaaguanta!..., ¡aaaguanta!... Cada vez que sonaba esta palabra en el aire con ritmo brutal, Rosario exhalaba un grito de angustia; tanto que la vivaracha señorita de Mory, temiendo que se pusiera mala, dijo a los marineros: Señores, hagan ustedes el favor de no decir aguanta, porque esta señorita se asusta mucho.

No, no repuso Capistun . La guerra es la barbarie nada más. Discutieron el asunto; el gascón, como más ilustrado, aducía mejores argumentos, pero Bautista y Martín replicaban: , todo eso es verdad, pero también es hermosa la guerra. Y los dos vascos especificaron lo que ellos consideraban como hermosura. Ambos guardaban en el fondo de su alma un sueño cándido y heroico, infantil y brutal.

Pero la zarpita blanca y sonrosada, en vez de achicarse bajo la presión involuntaria y brutal, que habría hecho lanzar a otra un grito de dolor, se crispó con vigoroso esfuerzo, librándose fácilmente de este encierro: Le agradezco mucho que haya venido. Encantada de conocerle.

Yo creía también que las cuestiones que España tenía con Francia o con Inglaterra eran siempre porque alguna de estas naciones quería quitarnos algo, en lo cual no iba del todo descaminado. Parecíame, por tanto, tan legítima la defensa como brutal la agresión; y como había oído decir que la justicia triunfaba siempre, no dudaba de la victoria.

Era demasiado pronto. El toro no estaba bien colocado: iba a arrancarse y a cogerlo. Movíase fuera de todas las reglas del arte. Pero ¿qué le importaban las reglas ni la vida a aquel desesperado?... De pronto se echó con la espada por delante, al mismo tiempo que la fiera caía sobre él. Fue un encontronazo brutal, salvaje.

Llegó en éstas á la barbarie, pues como no tenía nadie que le pusiese coto y en Madrid se le habían confirmado plenos poderes para ejercer como juez absoluto, se despachaba á su gusto de una manera brutal y cruel. Tal sucedió con una pobre mujer, que fué víctima de su señoría, y por un delito harto insignificante para la pena que sufrió.

Viéndole pálido y trémulo Clara no quiso darle la noticia de la visita, aquella visita que tanto le pesaba ya sobre el alma. Ella también se hallaba bien turbada por la escena que acababa de adivinar, más que de percibir. Su espíritu, siempre recto, se rebelaba contra el proceder brutal de su marido.

Palabra del Dia

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