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Actualizado: 7 de julio de 2025
Afortunadamente, la muchacha, distraída por los extraordinarios sucesos de aquel día, no había notado la brutal impresión que estaba causando en Andrés. A la hora oportuna bajaron las señoras a la estación, y Carmen se quedó sola. Ella nunca salía sino a la huerta o al campo.... ¿Qué iba a hacer en lugares de pública reunión una chiquilla recogida de caridad y siempre enlutada y triste?
Soledad le había dado cuenta de la última etapa de sus agravios, que era, después de todo, la más dolorosa para ella, pero no del proceder brutal que venía usando. Desde el día en que la golpeó por causa de su hermano, Velázquez soltó las riendas á su temperamento altivo y caprichoso. La pobre muchacha no sabía cómo darle gusto.
Esperaba rodeado de madres que aguardaban a sus hijas, de niños que llevaban la comida a sus madres, de gente pobre, que rara vez hacía gasto de barquillos, como no fuese por la exorbitante cantidad de un octavo o un cuarto. No obstante, Chinto no faltaba un solo día a su puesto. Algo variado en su exterior estaba el aprendiz. Patizambo como siempre, era en sus movimientos menos brutal.
Luego la alzó y continuó: A poco de haber nacido esa infeliz, oí dos voces: una débil dolorida, llorosa; otra, áspera, imperativa, brutal. Es una niña dijo el hombre. ¡Oh! exclamó la mujer llorando , ¿y no tener quien me ayude? ¡no tener un mal trapo en que envolver á este ángel! ¿Y para qué? dijo el hombre ; voy á envolverla en mi capa y á llevarla á la puerta de un convento.
»Al segundo día de levantarse pidió un espejo. Doña Genara y yo habíamos quitado los que había en el cuarto, deseando retrasar la horrible impresión que había de sufrir, tratando al menos de que no fuese una impresión brutal y repentina. »Todas las precauciones fueron inútiles: ya sabes lo lista que es. Enseguida lo notó todo, y dándonos sus llaves, pidió un espejo de mano que tenía guardado.
«¿Quién la había traído allí? No lo sabía. Iba a confesar con cualquiera y sin saber cómo se encontraba a dos pasos del confesonario de aquel hermano mayor del alma, a quien había calumniado el mundo por culpa de ella y a quien ella misma, aconsejada por los sofismas de la pasión grosera que la había tenido ciega, había calumniado también pensando que aquel cariño del sacerdote era amor brutal, amor como el de Álvaro, el infame, cuando tal vez era puro afecto que ella no había comprendido por culpa de la propia torpeza».
La prójima le clavó sus dedos en los brazos, y Jacinta la miró aterrada, como quien está delante de una fiera... Entonces vio una sonrisa de brutal ironía en los labios de la desconocida, y oyó una voz asesina que le dijo claramente: «Soy Fortunata». Jacinta se quedó sin habla... después lanzó un ¡ay! agudísimo, como la persona que recibe la picada de una víbora.
A mí no se me toma dijo con frialdad; me entrego, si es que quiero. Y en el gesto de desprecio y rabia con que despedía a Rafael, parecía marcarse el recuerdo odioso de Boldini, aquel viejo repugnante, el único en el mundo que la había tomado por la fuerza. Rafael quiso excusarse, pedir perdón, pero aquel recuerdo de la adolescencia evocado por la escena brutal, la hacía implacable.
Don Álvaro estaba pasmado, y si no supiera ya por experiencia que aquella fortaleza tenía muchos órdenes de murallas, y que al día siguiente podría encontrarse con que era lo más inexpugnable lo que ahora se le antojaba brecha, hubiese creído llegada la ocasión de dar el ataque personal, como llamaba al más brutal y ejecutivo.
Cierto que Chisco y su camarada habían de llevar la mayor parte en el empeño brutal, y que ya no eran nuevos para ellos esos lances terribles; pero al cabo eran dos rudos montañeses con más corazón que entendimiento, sobre todo Pito Salces, que no tenía sentido común; y vistas las cosas por este lado, había mucho y muy grave que temer, racionalmente pensando.
Palabra del Dia
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