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Actualizado: 7 de junio de 2025
Algo confuso, las razas de los cuatro vientos aglomeradas, multitud de idiomas que se entrechocan en sus términos más soeces, los vicios de oriente codeando a los de occidente y asombrándose tal vez de su analogía, la vida brutal del que quiere indemnizarse en diez días del largo secuestro de la travesía, las innobles mujeres, únicas capaces de sonreír a los hombres que allí vienen a caer de todos los rumbos, como en un profundo égout... He ahí la impresión que me hizo Colón.
La cabaña de Hunding, bárbara, con salvajes trofeos y espantosas pieles, revelando la brutal existencia del hombre apenas posesionado del mundo, en lucha perpetua con los elementos y las fieras.
La pasión brutal del banquero por la Amparo había crecido mucho en los últimos tiempos. Todavía fuera conservaba su razón; pero en cuanto ponía el pie en la casa de la hermosa malagueña, la perdía por completo, se transformaba en una bestia que aquélla hacía bailar a latigazos. Ni se crea que esto es enteramente figurado.
¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir. Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla. ¡Dejemos! articuló, secándose por fin las manos. Como quieras; pero si quieres decir... ¡Berta! ¡Como quieras! Este fué el primer choque y le sucedieron otros.
Al oír a la marquesa creía escuchar los términos más terribles de la injusticia humana. La pena que con esto sintiera la colmó de confusión y espanto en los primeros momentos; pero después su orgullo contrariado se hizo brutal soberbia.
De las cerradas y silenciosas casas salía el hálito de la crápula barata, ruidosa y sin disfraz: un olor de carne adobada y putrefacta, de vino y de sudor. Por las rendijas de las puertas parecía escapar la respiración entrecortada y brutal del sueño aplastante después de una noche de caricias de fiera y caprichos amorosos de borracho. Pepeta oyó que le llamaban.
Pues es claro, general, ¿acaso no lo he dicho? No, señorita dijo impaciente el general , lo que habéis dicho es bravo, epíteto que sólo he oído aplicar a los toros montaraces y a los indios salvajes para ponderar su brutal fiereza.
Cuando le conocí todo Madrid le llamaba Pepe García, o el vizconde de Manjirón. ¿Cómo podía yo suponer que fuese el hijo de don Ulpiano? Desde que lo supe se me hizo aborrecible. Me parecía que su riqueza, el lujo que me daba, sus regaños sin cariño y sus caricias sin ternura, todo era un sarcasmo continuo, una mofa brutal y despiadada de la suerte.
Era la tisis, rápida, brutal, fulminante, esparciendo el tubérculo con la florescencia fecunda de la plaga: la tisis en forma sofocante, la terrible granulia que surgía a consecuencia de una fuerte emoción en este organismo pobre, abierto a todas las enfermedades, ávido de incubarlas.
Sus ojos grises y su rostro de una blancura tierna, semejante a la de un merengue, acogían con visible complacencia estas palabras de brutal homenaje en idiomas que no podía entender. Algunos de los muchachos, que eran españoles, trataban con respetuosa familiaridad a Maltrana, que por algo se creía «el hombre más popular del buque».
Palabra del Dia
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