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Actualizado: 27 de junio de 2025
Usted no se parece al señor Le Bris, ni a Gastón de Vitré, ni a Spiro Dandolo ni a ninguno de esos que tienen éxito con las mujeres; y no obstante, fue al verle a usted la primera vez cuando comprendí que el hombre era la más bella criatura de Dios. ¿Me ama usted, pues, un poco, Germana? Hace ya mucho tiempo. Desde el día que entró usted en el palacio Sanglié.
Según la costumbre establecida, cada vez llevaba un ramo. Germana le rogó que escogiese flores sin perfume. Soportaba difícilmente los olores. Aquellas entrevistas le molestaban mucho y fatigaban a Germana, pero había que conformarse con la rutina. El señor Le Bris temió por un momento que la enferma sucumbiese antes del día fijado y la señora Chermidy llegó a participar de los temores del doctor.
Oiga usted; le abandono el libre dominio de todos los bienes que usted posee. Viva, sea dichosa y rica; haga la felicidad de su familia, cuide de sus padres en sus últimos días, pero déjeme a don Diego. Nada es para usted todavía, según usted mismo me ha confesado. No ha sido su esposo, ha sido su médico, su enfermero, el ayudante del doctor Le Bris. Es todo para mí, señora, puesto que le amo.
El duque había fondeado en la casa desde hacía unas horas, cuando la señora Chermidy hizo saber a don Diego que era vecina suya y que le esperaba. El conde enseñó la carta al señor Le Bris. ¿Qué le contestaría usted en mi lugar? le preguntó con indiferencia. La ofrecería dinero. Ella ha venido aquí para apoderarse de su nombre, de su persona y de su fortuna.
En aquel momento entró la señora de Villanera con el conde y el señor Le Bris. Querida condesa dijo Germana , ¿es absolutamente necesario que me enviéis a Italia? Para lo que he de hacer, mejor estoy aquí, y además no quisiera que mi madre dejase París. ¡Pues que se quede! respondió la condesa con su vivacidad española . No tenemos necesidad de ella y yo la cuidaré a usted mejor que nadie.
Es un veneno que deja señales. ¡Cobarde! ¡Toma! No se hace uno cortar el cuello por 1.200 francos de renta!... La señora te hubiera dado todo lo que hubieras querido. Habérmelo dicho. Ahora ya es tarde. Mantoux esperaba en una habitación contigua la partida del doctor Le Bris. Algunas palabras sueltas de la conversación llegaban a sus oídos.
Además, el interés de nuestra raza está ligado a la vida de esa niña. Si tuviésemos la desgracia de perderla, un día u otro volvería a casarse don Diego. San Jaime, al que hemos dedicado dos iglesias, no permitirá que un nombre como el nuestro sea llevado por la señora Chermidy. »No crea usted que espere nada del doctor Le Bris; los sabios no entienden de esas cosas.
El señor Le Bris asistía a aquel milagro del cielo azul; dejaba obrar a la Naturaleza y seguía con un interés apasionado la acción lenta de un poder superior al suyo. Era demasiado modesto para atribuirse el honor de la cura, y confesaba ingenuamente que la única medicina infalible es la que viene de lo alto. No obstante, para merecer la ayuda del Cielo, él también ayudaba un poco.
La señora Chermidy tendría el derecho de hacerme expulsar de este mundo por la justicia. Y diga usted, doctor, ¿me veré obligada a presentarme al señor de Villanera? El señor Le Bris contestó con un imperceptible signo afirmativo. Bueno dijo ella , le haré buena cara. En cuanto al niño, le besaré de muy buena gana. Siempre me han gustado los niños.
El señor Le Bris le seguía con el rabillo del ojo, como a un enfermo al que hay que evitar una recaída. Le hablaba muy raras veces de París, nunca de la calle del Circo.
Palabra del Dia
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