Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 29 de junio de 2025
Supuesto que estamos los que hemos de comer exclamó don Braulio, vamos a la mesa, querida mía. Espera un momento le contestó su esposa casi al oído; con tanta visita yo he faltado unos momentos de allá dentro, y... Bien, pero mira que son las cuatro... Al instante comeremos. Las cinco eran cuando nos sentábamos a la mesa.
Después, desde la casa de la Condesa a la de don Braulio había pocos pasos que andar. Allanadas así las dificultades, hubiera sido una grosería no aceptar el convite. Don Braulio aceptó, pues, y en compañía de su mujer y de Inesita, los cuatro en el mismo landó abierto, fué aquella noche a la tertulia íntima y diaria de la Condesa de San Teódulo.
En cuanto a don Braulio, menester es confesar que estuvo bastante encogido y fuera de su centro en la tal tertulia. Ya sabemos que era muy escamón, como dicen en su tierra. Así es que, si bien disimulaba con habilidad, andaba con la barba sobre el hombro y le parecían los dedos huéspedes. Era listo, pero presumía de ladino, y llegaba a ser sobrado malicioso.
Andábame días pasados por esas calles á buscar materiales para mis artículos. Echóme las manos á los ojos, y sujetándome por detrás, ¿Quién soy? gritaba, alborozado con el buen éxito de su delicada travesura. ¿Quién soy? Un animal, iba á responderle; pero me acordé de repente de quién podría ser, y sustituyendo cantidades iguales, Braulio eres, le dije.
Pues hasta mañana. ¿Pasado mañana en San Bernardino? ¡Diez onzas diera por un billete! Ya que sin respeto a mis lectores me he metido en estas reflexiones filosóficas, no dejaría pasar en silencio antes de concluirlas la más principal que me ocurrió. ¿Qué mejor careta ha menester don Braulio que su hipocresía?
Por lo pronto, sin embargo, no se le ocurría otra más ingeniosa manera de entrar en comunicación con las de don Braulio González. Pero ¿a cuál de ellas escribiría? ¿A la señora o a la señorita? Una y otra resolución estaban erizadas de gravísimos inconvenientes. Ninguna de las dos mujeres, valiéndonos de una expresión vulgar, le había dado pie para nada.
Movido de los ruegos de ésta, fuele a visitar un amigo, y en el desorden de su cuarto notó entre otras cosas que no debía de hacer nunca su cama; tal estaba ella de malparada. ¿Pero es posible, señor don Braulio le dijo el amigo al loco, es posible que ni ha de consentir usted que hagan su cama, ni la ha de hacer usted, ni?.... No, amigo, no; es mi sistema. ¿Pero qué sistema? Tengo razones.
Braulio no miente nunca. Braulio me dijo que iba a verte. Le habrá ocurrido alguna desgracia en el camino. Estará enfermo, muerto quizá en algún pueblo del trayecto. Braulio fué a verte. Braulio no me ha engañado.
Y luego, la pobre Inesita..., que no tiene, como yo, un marido a quien complacer a y quien amar, ¿por qué ha de ser víctima de ese antojo tuyo? Tales razonamientos ejercían un poder invencible en el alma de don Braulio. Nada hallaba que contestar a ellos, y se callaba.
Al oirme, suelta sus manos, ríe, se aprieta los ijares, alborota la calle, y pónenos á entrambos en escena. ¡Bien, mi amigo! ¿Pues en qué me has conocido? ¿Quién pudiera sino tú... ¿Has venido ya de tu Vizcaya? No, Braulio, no he venido. Siempre el mismo genio. ¿Qué quieres? es la pregunta del español. ¡Cuánto me alegro de que estés aquí! ¡Sabes que mañana son mis días? Te los deseo muy felices.
Palabra del Dia
Otros Mirando