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Actualizado: 29 de junio de 2025


Hoy me pongo a reflexionar, echo a volar la imaginación y me finjo vagamente mil absurdos. Por esto también quiero que me devuelvas a Braulio cuanto antes. Vente con él a pasar una temporadita en esta corte. Verás lo que te diviertes en el teatro Real y en los Bufos y la Zarzuela. Nuestra casa en un chiribitil y no tenemos cuarto que ofrecerte; pero comerás con nosotras de diario. Adiós.

Crece el alboroto y la conversación; roncas ya las voces piden versos y décimas, y no hay más poeta que Fígaro... ¡Es preciso! ¡Tiene usted que decir algo! exclaman todos. Désele pie forzado; que diga una copla a cada uno. Yo le daré el pie: a don Braulio en este día. ¡Señores, por Dios! No hay remedio. En mi vida he improvisado. No se haga usted el chiquito. ¡Me marcharé! ¡Cerrar la puerta!

En este número se contaba doña Beatriz, la cual, sobre su innato despejo, si bien no había cursado en ninguna universidad, tenía cierto saber adquirido en la conversación frecuente de su marido don Braulio, quien gozaba fama de sujeto muy ilustrado, aunque sólo tuviese 3.000 pesetas anuales de sueldo.

Conveníale, por último, dar aviso a su mujer acerca del valor moral de Rosita, a fin de que no se engañase; pero disimular luego su disgusto si su mujer seguía tratándola. Y esto hizo don Braulio. Habrá quien crea que don Braulio hizo mal y que era débil de carácter. Aquí no le damos como dechado de fortaleza. Le pintamos tal como es.

Don Braulio se abismaba en tales meditaciones, y salía de ellas tan mezquino y ruin a sus propios ojos, que se infundía lástima. Se sentía amilanado y postrado. Miraba a su mujer, que en realidad era hermosa, elegante, discreta.

Desgraciadamente no tardé mucho en conocer que había en aquella expresión más verdad de lo que mi buen Braulio se figuraba. Interminables y de mal gusto fueron los cumplimientos con que para dar y recibir cada plato nos aburrimos unos á otros. Sírvase usted. Hágame usted el favor. De ninguna manera. No lo recibiré. Páselo usted á la señora. Está bien ahí. Perdone usted. Gracias.

Vamos a buscar a don Braulio por todas partes dijo ; Dios querrá que demos con él. Doña Beatriz le quiere: es incapaz de faltarle. Yo le convenceré de la inocencia de doña Beatriz. ¿Quién será el autor del infame anónimo? Alguna malvada mujer. ¡Dios mío! ¡Qué horror! No me lo perdonaré nunca si ocurre alguna desgracia.

Atribuía su poco éxito en el mundo a descuido, desprecio o desdén que don Braulio tenía de todo lo práctico, a cierta falta de estímulo que notaba en su alma, y se inclinaba a creer que si ella estimulaba y aguijoneaba el alma de su marido, apartándola de vagos ensueños y de teóricas distracciones, que a nada conducían, aun era posible que le viese de Ministro de Hacienda, o por lo menos de Director de Rentas Estancadas.

Así es que en la época en que comienza nuestra historia, cuando aparecen en el Buen Retiro nuestras dos heroínas, tenían entre ambas algo más de 8.000 reales al año, que juntos a los 12.000 mal contados de don Braulio, sumaban una taleguita anual muy corrida y larga de talle.

Luego volvió a acostarse, apagó la luz y se colocó cómodamente para meditar quizá sobre el contenido del mencionado documento, y para dormir al fin. A la mañana siguiente Inesita y don Braulio, mientras que doña Beatriz, menos madrugadora que ellos, estaba aún en cama, tuvieron una larga conversación acerca sin duda de la carta de Paco Ramírez.

Palabra del Dia

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