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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Poco más o menos, como las entretenía su padre en la botica y en la cama, y los señores de Peleches en su empingorotado caserón. Se cruzaban poquísimas palabras entre la hija y el padre; no por enojos mutuos, sino porque temían entrar en conversación.

Con unas cosas y otras, el pobre chico apenas podía estudiar, y con mucho trabajo se preparaba para la licenciatura. El asunto de su colocación se había resuelto ya, porque habiendo fallecido Samaniego a fines de Octubre, su viuda organizó el personal de la botica, dando una plaza a Maximiliano.

Aquella noche no ocurrió nada; pero a la tarde siguiente, Pseudo-Narcissus odoripherus, fue a buscarle a la botica de Samaniego, y le dijo que Fortunata tenía citas con un señor en una casa del paseo de Santa Engracia, un poquito más arriba de los almacenes de la Villa. x Tomó Maxi un coche para ir a Chamberí y a su casa.

Porque yo le digo: «¿Con qué se van a mantener? ¿Con la pieza?». Si se casa, van a ser cuatro de familia; el matrimonio y la mamá de él, enferma, y una hermanita que, según me ha contado Ponce, debe de tener hambre canina. De esto hablamos largamente en la botica, que llamamos el círculo literario, y le voy engatusando.

Estaba muy fija en él la idea aquella de las dos honradeces, en algunos casos armonizadas, en otros no. Habló Fortunata poco y vulgar; todo lo que dijo fue de lo menos digno de pasar a la historia: que hacía mucho frío, que se le había descosido un mitón, que aquel llavín parecía la maza de Fraga, que al volver a casa entraría en la botica a comprar unas pastillas para la tos.

Ella, ya en plena posesión de misma y sabiendo por Catana la orden dada por su padre contra los dos Pérez de la botica, le preguntó, muy serena, al tercer día del percance gordo: ¿Sabes por qué no han vuelto por aquí esos señores? ¿Qué señores? preguntó a su vez don Alejandro, descubriendo en su turbación que por demás sabía de qué sujetos se trataba.

Ella fue quien reconstruyó la iglesia, ella quien mantenía la botica del presbiterio a cargo de Paulina, la sirvienta del cura, ella quien, dos veces por semana venía en su gran landó, cubierto de vestiditos de niños y gruesas enaguas de lana, a buscar el abate Constantín para salir a caza de pobres, como ella decía. El anciano sacerdote continuó su camino pensando en todo esto.

Aquella misma tarde se encontró Leto con las Escribanas yendo él hacia la botica y ellas hacia la Glorieta. Nada tenía esto de particular; pero lo tuvo el que al pasar Leto codo con codo con la Escribana mayor, dijo ésta en voz airada volviendo la cara hacia él, que había saludado muy cortésmente: ¡Escandaloso!

Al día siguiente, después de almorzar, y cuando Maxi se había marchado a la botica, tuvo tanto miedo Fortunata a que la ira estallase, que para evitarlo se ató una venda a la cabeza, fingiendo jaqueca, y encerrándose en su alcoba, acostose en su cama.

Después se enteró Feijoo con mucha maña de ciertas particularidades de la familia. Maxi había tomado el grado y estaba ya practicando en la botica de Samaniego, a las órdenes de un tal Ballester, encargado del establecimiento.

Palabra del Dia

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