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Después hablaremos... acuéstate. ¡Mi brillante! Bueno, veremos si es posible... acuéstate. Dámelo! La bola montó de nuevo a la garganta. Kassim volvió a trabajar en su solitario. Como sus manos tenían una seguridad matemática, faltaban pocas horas ya. María se levantó para comer, y Kassim tuvo la solicitud de siempre con ella. Al final de la cena su mujer lo miró de frente.

No quiero zaherir aquí la vanidad de ninguno; pero ruego á la gente vanagloriosa que paren la consideracion en este lugar, y contemplen que suponiendo la estatura ordinaria de un hombre de cinco piés de rey, no hacemos mas bulto en la tierra que el que en una bola de diez piés de circunferencia hiciera un animal que tuviese un seiscientos mil avos de pulgada de alto.

Por Dios... cállese usted... no he visto otro caso... ¡Qué idea!... ¡qué atrevimiento! Está usted condenada. Y la virgen y confesora llegó a tal grado de confusión, que no daba ya pie con bola.

El Sombrero de tres picos; 3 y 3,50 pesetas. El Escándalo; 4 y 4,50 pesetas. El Niño de la Bola; 4 y 4,50 pesetas. El Final de Norma; 4 y 4,50 pesetas. El Capitán Veneno; 3 y 3,50 pesetas. La Pródiga; 4 y 4,50 pesetas. Novelas cortas; 3 tomos, 12 y 13 pesetas. Contiene: Primera serie. Retrato y biografía del autor. Cuentos amatorios. Segunda serie. Historietas nacionales. Tercera serie.

268 A otro que estaba apurao acomodando una bola, le hice una dentrada sola y le hice sentir el Fierro, y ya salió como el perro cuando le pisan la cola. 269 Era tanta la aflición y la angurria que venían, que tuitos se me venían, donde yo los esperaba; uno al otro se estorbaba y con las ganas no vían.

serás siempre la misma Manuela, la loca, la pretenciosa, y morirás cuando gastes el último céntimo. Cada uno nace con su carácter, y eres de aquellos a quienes el pobre papá cantaba la antigua copla: /* Arròs y tartana, casaca a la moda, ¡y ròde la bola a la valensiana! */

357 Para la cola es pecho y el espinazo es cadera hago mi nido ande quiera y de lo que encuentro como; me echo tierra sobre el lomo y me apeo en cualquier tranquera. 358 Y dejo rodar la bola, que algún día se ha de parar- tiene el gaucho que aguantar hasta que lo trague el hoyo, o hasta que venga algún criollo en esta tierra a mandar.

De pronto la bola entra en un cajetín y el croupier canta el número. Doce. Rojo. Manque. Par... ¿Lo ve usted? suspira D. Salustiano . Era indudable. No hay manera humana de ganar. Y cogiendo ocho duros en fichas, los pone a una «calle». Diez y nueve, veinte y veintiuno. Ocho duros más que voy a perder me dice . No se gana nunca. Está demostrado... En efecto. D. Salustiano pierde los ocho duros.

De Josefina, que tenía la cabeza vuelta, sólo se alcanzaban a ver los bucles del artístico peinado, la mancha roja de una camelia prendida entre la oreja y el arranque del blanco cuello, y la bola de coral del pendiente, que oscilaba a cada movimiento de su dueña.

En un lado san Cristóbal sonreía con boca encarnada de una cuarta, partida por un plomo, al Niño de la Bola, que mantenía un mundo verde sobre su mano amarilla. En frente vio el Magistral el pesebre de Belén cuadriculado también por rayas opacas. Jesús sonreía a la mula y al buey en su cuna de heno color naranja. Don Fermín miraba todo aquello como por la primera vez de su vida.