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Actualizado: 10 de julio de 2025


Si al fin nos hemos de morir... Tengamos la conciencia tranquila; no hagamos cosas malas, y ruede la bola... y no temamos el materialismo de la muerte; que al fin polvo somos, y...». Basta, no siga usted dijo Maxi, ceñudo, cortándole el discurso . Si usted es materialista, nunca nos entenderemos.

En realidad no lo vió, pues sólo tuvo ante sus ojos una bola de algodones y vendajes sobre una almohada; un fajamiento de momia, del que partían ronquidos de dolor y una mirada vidriosa y resignada. Le habían destrozado la mandíbula, señor; no podía hablar. El cráneo también lo tenía roto.... Y ya no le vi más.

Era el momento más sabroso, el verdadero instante de felicidad espiritual para un cazador de raza: era el minuto de las anécdotas cinegéticas y, sobre todo, de los embustes. Para éstos se establecía turno pacífico, pues nadie renunciaba a soltar su correspondiente bola, y crecían en magnitud conforme se enredaba la plática.

¡Buen par de chiflados estáis los dos! dijo para D. Evaristo mirando con curiosidad el portillo que en la dentadura tenía Refugio. ¡Dale, bola!... replicó Maxi . Si no es eso... Yo, ¿soy yo?... ¿me reconozco como tal yo en todos mis actos? No, yo no soy más que un accidente del concierto total; yo no me pertenezco, soy un fenómeno.

418 He visto rodar la bola y no se quiere parar; al fin de tanto rodar me he decidido a venir a ver si puedo vivir y me dejan trabajar. 419 dirigir la mansera y tambien echar un pial; correr en un rodeo, trabajar en un corral; me se sentar en un pértigo lo mesmo que en un bagual.

Hubiérase abalanzado a la miserable para clavarle en aquella cara diablesca las diez uñas de sus extremidades superiores. Pero esto que algunas veces se piensa y se desea, rara vez se hace. Levantose... Sólo pudo articular un sonido gutural, débil expresión de su ira, atenazada por la dignidad. «Está jugando conmigo como un gato con una bola de papel... pensó . Me voy; si no, la ahogo...».

Los barberos que trabajaban en una de las mejillas de Edwin, viendo su guadaña completamente cubierta de espuma, creyeron necesario limpiarla con un palo antes de continuar su labor. ¡Atención los de abajo! gritó el más prudente. Y desde la considerable altura de los hombros del gigante se desplomó una bola espesa de jabón del tamaño de dos ó tres pigmeos.

D. Salustiano tenía una convicción en la vida: la de que nunca se gana a la ruleta, y he aquí que una bola ciega, un azar incomprensible, acaba de destruir esta convicción. ¿Qué le queda ahora a D. Salustiano? Nada más que las 500 pesetas. En lo futuro, su existencia carecerá de todo sostén ideal, y será una cosa baldía... Juéguese usted las 500 pesetas a una docena le aconsejo.

Dio algunas vueltas solo, saludando a diestro y siniestro con la amabilidad de costumbre, por máquina, sin ver apenas a quien saludaba. Aquel Glocester y su don Custodio habrían tenido buen cuidado de hacer rodar la bola.... ¡Las cosas que dirían ya los enemigos! Pero ¿qué le importaba a él?

Buena bola os daría yo. Ahí viene Casa-Muñoz. ¿Pero qué veo? ¿Es él? Ya no se tiñe. Ha comprendido que es absurdo llevar el pelo blanco y las patillas negras. No me mira, no quiere que le salude.

Palabra del Dia

buque

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