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Actualizado: 3 de junio de 2025


Después, por no ahogarse allí de ira y de indignación, había salido sin saber por dónde ni a qué: de calle en calle; y si al paso se topaba con Maravillas... Porque no podía ser de otro la lacería aquélla de la cuarta plana del periódico: la Fábula desde luego lo era, porque llevaba sus iniciales. Pues, carape, ¿qué menos que un par de bofetadas para desahogarse un poco?

Los vecinos persistían en su molesta actitud; en esto, mi Zipette, agotada ya su paciencia, se pone a hablar en voz alta y a gritar que había en el vasto universo personas sin educación, las cuales acabarían por recibir unas cuantas bofetadas de las personas distinguidas de la reunión. EUSTAQUIO. ¡Ah! Esto es una provocación. EL VIZCONDE. ¡Usted perdone! ¡Era la respuesta a una provocación!

El primero y el último que me has de dar en tu vida... Espera un poco añadió alzándose otra vez. Por este beso yo te he de dar cincuenta bofetadas en esos carrillos azules... ¿Admites el trato? Granate consintió inmediatamente. La niña volvió a sentarse sobre sus rodillas e inclinó la cabeza para recibir el beso. ¡Bueno, ahora llega mi turno! exclamó con infantil alegría.

La perseguía lanzando gruñidos y risotadas; abrazábala aquí, soltábala allá, recibiendo en sus carrillos, ásperos y duros como la piel de un elefante, las bofetadas de la doméstica, sin manifestar sentirlas. Crujían los muebles, retemblaba el piso, campanilleaba la vajilla de los aparadores. Y él sin cejar. Cada vez más falso y zalamerón.

Y este odio silencioso que los dos llevaban en su pensamiento había estallado en la madrugada con la rapidez y la incoherencia de las querellas de borrachos. Unas cuantas palabras ofensivas, a las que no prestó atención el resto de la banda, y de pronto, botellas por el aire, bofetadas, lucha cuerpo a cuerpo.

Todo esto era histórico; ya sabía Bonis que si algún día se le ocurría escribir sus Memorias, que no las escribiría, ¿para qué?, habría que omitir lo de las bofetadas, porque en el arte no podían entrar ciertas tristezas de la realidad excesivamente miserables, y lo que es sus Memorias, o no serían, o serían artísticas; pero omitiéralas o no, las bofetadas eran históricas.

La civilización, hija, es mucho cuento. ¿Qué padre le daría hoy un par de bofetadas a un hijo de veinte años por haberse puesto las botas nuevas en día de trabajo? ¿Ni cómo te atreverías hoy a proponerle a un mocetón de estos que rece el rosario con la familia? Hoy los jóvenes disfrutan de una libertad y de una iniciativa para divertirse que no gozaban los de antaño.

Su hermano hablaba de despertarle á bofetadas; pero Pimentó intervino bondadosamente, como un vencedor magnánimo. Ya le despertarían á la hora de cenar. Y afectando dar poca importancia á la porfía y á su propia fortaleza, habló de su falta de apetito como de una gran desgracia, después de haberse pasado dos días en aquel sitio devorando y bebiendo brutalmente.

Y por puro desahogo, por ir habituando la mano y dar una muestra de su futura cólera, le largó unas cuantas bofetadas y puntapiés, cobrándose de esta forma el disgusto sufrido tiempo antes al verle llegar fugitivo de Ibiza. El Capellanet, encogido y paciente por la costumbre, se refugió en un rincón detrás del muro de zagalejos y faldas que oponía la llorosa madre a la furia de Pep.

D. Miguel se plantaba en casa de Cosme, cogía a Marcelino por las orejas, le daba tres bofetadas de cuello vuelto, y a los quince días, quieras o no, los tenía casados. Que Ramón el confitero le negaba a D. Cipriano dos mil reales que éste le había prestado sin recibo.

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