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Era un público nervioso, discutidor, irascible, que perdía con facilidad sus buenas maneras por un simple incidente. La acometividad de los lejanos combates se esparcía como un soplo feroz en torno de las mesas; las mujeres tenían ademanes belicosos. Cada cañonazo contra el lejano París parecía aumentar el arroyo de dinero que chorreaba sobre Monte-Carlo.

El juerguista madrileño tenía que atrincherarse con la elegida de su corazón. ¿Cómo concebir, en aquellos tiempos belicosos, que llegase un día en el que los madrileños pudieran mezclarse en una sala bien iluminada donde hubiese weine, weibe und gesang, esto es, vino, mujeres y canciones?

Era delicado, con las manos finas, la piel lustrosa, de un moreno pálido, los ojos grandes y dulces, tal vez en demasía para un hombre, y una dentadura igual y nítida, sin esa agudeza saliente que revela el instinto de la presa. El bigote, ensortijado con cierta arrogancia, era la única herencia física de sus belicosos antecesores.

Siempre que había un lance de éstos, D. Fadrique era el primero en acudir al lugar del peligro; pero es lo cierto que no bien corría la voz de que la capa-paloma iba por el Retamal abajo, las calles y las plazuelas se despoblaban de los más belicosos chiquillos, y todos acudían en busca del capitán idolatrado. La victoria, en todas estas pendencias, quedó siempre por el bando de D. Fadrique.

De tomar esta resolución Enrique IV, inquieto como estaba con el triunfo conseguido por los turcos contra el Emperador y dado á discurrir si era llegado el caso de la unión de los Príncipes cristianos contra el enemigo común, quedaba segada en flor la idea primordial de la triple alianza contra España; anulada la sucesión de los proyectos belicosos.

Luego le pidió al doctor una gran hoja de papel, y dibujó una vez más su imagen, bajo la que escribió con letras muy grandes: «Georgi el Victorioso». Colocó el cuadro en una pared del comedor, muy cerca del techo, y los enfermos que lo veían le felicitaban. Pero el mal tiempo ejercía también sobre él una influencia perniciosa. Sus ensueños nocturnos tornábanse inquietantes y belicosos.

Ahora que se han suspendido las garantías constitucionales, van á saber esos pillos lo que es bueno. Hay que dar mucho machete, prorrumpe otro amable sujeto haciendo un gesto terrible, capaz de hacer presentar á Ivonet. ¿Fuma usted? pregunta sacando la tabaquera y ofreciéndola á uno de los belicosos interlocutores. ¡Cómo! ¿Nada más? Pues, ¿qué creía usted?

Sentía Febrer en esta nueva existencia el deleite del que ocupa sitio cómodo para presenciar un espectáculo interesante. Aquellos campesinos y pescadores, belicosos nietos de corsarios, eran para él agradables compañeros de existencia.

Alentado con esta conquista del reino de Pacen, en la que tuvo no pequeña parte, Morsamor se puso a las órdenes de Jorge Brito y fue con él a una expedición contra el rey de Achin, cuyos súbditos, inquietos y belicosos, infestaban con sus piraterías aquellos mares.

Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Ruidera, que en la Mancha habían visto; vieron las galeras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas, se descubrieron llenas de flámulas y gallardetes, que tremolaban al viento y besaban y barrían el agua; dentro sonaban clarines, trompetas y chirimías, que cerca y lejos llenaban el aire de suaves y belicosos acentos.