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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Así, pues, ¿te preocuparás de trajes después de casada? Siempre. ¿Y de tu esposo? Señor exclamó de pronto mi compañero, ¿no tiene usted bastos? ¡Vaya si tengo! ¿Por qué, pues, no los ha echado usted? Dispénseme, estaba escuchando... mejor dicho, combinando... y contaba las cartas ya jugadas.

En efecto; en el sitio donde torcía la calle, frente a la taberna de Los tres pichones, avanzaba en medio de un corro de muchachos que silbaban, saltaban y gritaban «¡El Rey de Bastos! ¡El Rey de Bastos!», , avanzaba, repito, el más extraño personaje que es posible imaginar: figuraos un hombre de barba y cabellos rojos, el rostro grave, la mirada sombría, la nariz recta, las cejas juntas en medio de la frente, con un círculo de hojalata en la cabeza, con una piel de perro de ganado, de color gris acero y largos pelos, puesta sobre la espalda y las dos patas de delante atadas alrededor del cuello; el pecho cubierto de crucecillas de cobre falso; las piernas vestidas con una especie de calzón de lienzo gris, atado por encima del tobillo, y los pies desnudos.

Eres un desvergonzado dijo la tía María a su nieto ; tienes más hiel en tu corazón, que buena sangre en tus venas: ¡a las faldas se las respeta, ganso! Pero en todo el lugar hay otro más díscolo ni más desamoretado que . ¡Como está usted hecha a la finura de esa pilla de playa respondió Momo , que me ha puesto las orejas como usted las ve, le parecen a usted los demás bastos!

Sería... un león». «¡Ca!». «Pues sería... un elefante». «¡Caaa!». «Sería... lo que usted guste, caramba». «¡Una sota de bastos, señor de Castrelo! ¡Era una sota de bastos!». Minutos de no entenderse. El ratón reía con una especie de hipo agudo; el señorito de Limioso, ronca y gravemente; el cura de Boán, no sabiendo cómo desahogar el regocijo, pateaba en el suelo y abofeteaba a la mesa.

Haga la prueba por orden alfabético: los bastos, copas, espadas y oros. Primero tome todos los bastos y arréglelos así: rey, ocho, sota, reina, as, siete, nueve, diez; luego las copas, y después los otros dos palos. Una vez terminado el arreglo vea lo que puede sacar de eso.

Algunos, con ciertas precauciones por supuesto, porque D. Romualdo se disparaba fácilmente, le embromaban con ella. En cierta ocasión, pescando con caña detrás de la iglesia, sacó en el anzuelo un naipe que resultó ser el tres de bastos. No le cupo duda de que lo habían tirado allí con intención, pero no dijo palabra para que no se rieran.

Tuvo muy buen parecer para letrado; mujer de amigas y cuadrilla, y de pocos enemigos, porque hasta los tres del alma no los tuvo por tales; persona de valor y conocida por quien era. Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de oros.

En El marqués de Bastos, la invención es algo caprichosa y extraña: un soldado y servidor del Marqués, que comete todo linaje de excesos y es el verdadero protagonista de la comedia, sufre el último suplicio á causa de sus crímenes; pero recibe el don maravilloso de servir á su señor en el combate, aun después de su muerte, en premio de la constante fidelidad que siempre le ha mostrado, y que ha sido su única virtud.

¡Vaya! dijo Hullin ; aquí tenemos a Yégof... No esperaba volver a verle este invierno... Eso es raro en él... ¿Qué le sucederá para regresar con semejante tiempo? Y Luisa, dejando la rueca, corrió a contemplar al Rey de Bastos.

Catalina Lefèvre llevaba el compás golpeando en la mesa con el mango de un cuchillo, y si es cierto, como algunos dicen, que los muertos acuden a escuchar cuando se habla de ellos, los muertos debieron quedar contentos y el Rey de Bastos debió cubrir de espumarajos su barba roja.

Palabra del Dia

ciencuenta

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