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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Se portó como persona honrada en la época peor, cuando, recién establecida la familia en la barraca, había que arar la tierra maldita, petrificada por diez años de abandono; cuando había que hacer continuos viajes á Valencia en busca del cascote de los derribos y las maderas viejas; cuando el pasto no era mucho y el trabajo abrumante.

Después, sentándola sobre sus rodillas, le dijo: Mira, Luisa; hace ahora doce años que te encontré un día en medio de la nieve; ¡estabas completamente amoratada, pobre niña! Y cuando estuvimos en la barraca, cerca de un gran fuego, y poco a poco fuiste volviendo, lo primero que hiciste fue sonreírme. Desde entonces no he tenido otra voluntad que la tuya.

Le habló, preguntándole de dónde venía, y el joven sólo supo contestar vagamente con su habitual timidez: «D'ahí... d'ahí...» Luego calló, como si estas palabras le costasen inmenso esfuerzo. Siguieron el camino en silencio, separándose cerca de la barraca. ¡Bòna nit y grasies! dijo la muchacha. ¡Bòna nit! y desapareció Tonet marchando hacia el pueblo.

Los perros ladraban al verle de lejos, como si se aproximase la muerte; los niños le miraban enfurruñados; los hombres se escondían para evitar penosas excusas y las mujeres salían á la puerta de la barraca con la vista en el suelo y la mentira á punto para rogar á don Salvador que tuviese paciencia, contestando con lágrimas á sus bufidos y amenazas.

Mucho quería el labrador á su mujer, y hasta le perdonaba la tontería de haberle dado cuatro hijas y ningún hijo que le ayudase en sus tareas; no amaba menos á las cuatro muchachas, unos ángeles de Dios, que se pasaban el día cantando y cosiendo á la puerta de la barraca, y algunas veces se metían en los campos para descansar un poco á su pobre padre; pero la pasión suprema del tío Barret, el amor de sus amores, eran aquellas tierras, sobre las cuales había pasado monótona y silenciosa la historia de su familia.

Y así seguía hablando de los trajes y costumbres del tiempo del Imperio, imaginándose que aún subsistía todo y la Francia de hoy era como á principios del siglo. Mientras detallaba sus recuerdos, el maestro y su mujer le oían atentamente, y algunos muchachos, abusando del inesperado asueto, iban alejándose de la barraca atraídos por las ovejas, que huían de ellos como del demonio.

Me pedía autorización para traducir LA BARRACA, explicando la casualidad que le permitió conocer mi novela. Un día de fiesta había ido de Bayona á San Sebastián, y aburrido, mientras llegaba la hora de regresar á Francia, entró en una librería para adquirir un volumen cualquiera y leerlo sentado en la terraza de un café.

La buena mujer abría los ojos con expresión de espanto, suspiraba pensando en el peligro arrostrado por su marido y lanzaba miradas inquietas á la cerrada puerta de la barraca, como si por ella fuese á filtrarse la Guardia civil.

Luego pensé en la conveniencia de ensanchar este relato, un poco seco y conciso, haciendo de él una novela, y escribí LA BARRACA.

Junto á la puerta de la barraca estaba la esposa, rodeada de los pequeños, esperando impaciente, por ser ya pasada la hora de comer. Batiste miró sus campos, y toda la rabia sufrida una hora antes ante el Tribunal de las Aguas volvió de golpe, como una oleada furiosa, á invadir su cerebro. Su trigo sufría sed. No había mas que verlo.

Palabra del Dia

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