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Actualizado: 15 de julio de 2025


eres el honor castellano: aquel honor tradicional y bárbaro, más cruel y funesto que la misma deshonra; Un honor teatral, cuyos impulsos no arrancan nunca de los sentimientos humanos, sino del miedo al qué dirán, del deseo de aparecer muy grande y muy digno a los ojos de los demás antes que a los de la propia conciencia.

Se echó atrás la boa para ocultar el torpe remiendo y la perla, que resaltaba con una magnificencia incoherente. Volvieron á marchar, sin que Miguel intentase nuevas audacias. El último incidente le había hecho circunspecto. Insultábase en su interior, considerándose un bárbaro, incapaz de vivir entre verdaderas señoras. Al llegar á la última revuelta salieron de la penumbra azul del acantilado.

Aunque era seguro que Emma había llegado a saber que su esposo era o había sido amante de su amiga la Gorgheggi, y hacía la vista gorda, al fin no había que estirar la cuerda; tal vez si se desafiaba su dignidad de esposa burlada, pensaba y decía a su cómplice Bonifacio, tal vez estallase la cuerda y hubiese una de pópulo bárbaro.

Bien seguro que allá por las Américas no se reirá tanto ese día como aquí se reía. Las mejillas de Elena enrojecieron al oír mentar a su marido. El tío Leandro, que algo sabía a qué atenerse sobre el viaje de don Germán, clavó una mirada iracunda sobre el bárbaro zagal y se le vieron intenciones claras de arrojarse sobre aquel «piazo animal».

Se jactaba de ser un poco bárbaro y vestía un tanto majo, con la elegancia garbosa de los antiguos postillones. Llevaba chalecos de color, y en la cadena del reloj colgantes de plata.

Pero la mente divina quiso formar la transición del hombre al bruto, y fabricó a Botín. Entre la palabra y el rebuzno, ¿qué hay? Un discurso de Botín. JOAQUÍN. ¡Bravísimo!... Vamos, cuando me comparo con él... Permíteme que me alabe en presencia de ese bárbaro egoísta. Yo vivo de lo ideal, yo sueño, yo deliro y acato la belleza pura, yo tengo arrobos platónicos.

He ahí las paisanas bretonas con sus características tocas blancas, con sus talles espesos; he ahí el río famoso, teatro de las noyades de Carrier, recuerdo bárbaro que horroriza a través del tiempo.

¡Muy bárbaro, pero gracioso! añadió el capitán . ¡Mi hermano!... ¡Una buena persona!... ¡un santo!... Todos reían al oír estas palabras. Seguía tratándose con su hermano, aunque con cierta frialdad, y no hacía secreto de los agravios que tenía con él. El capitán Valls era el bohemio de la familia, siempre en el mar o en lejanas tierras, llevando una vida de solterón alegre.

Conservaba la misma gravedad con que acompañaba las bromas a que era aficionado y las palabras gruesas que matizaban su conversación, pero decía con voz algo trémula: Tu abuela era una gran señora, un alma de ángel, una artista. Yo parecía un bárbaro a su lado... Era de nuestra familia, pero vino de Méjico para casarse conmigo.

Harto mejor haría yo, sino que soy un bárbaro, y no haré nada que bueno sea en toda mi vida; harto mejor haría yo, vuelvo a decir, en volverme a mi casa, y a mi mujer, y a mis hijos, y sustentarla y criarlos con lo que Dios fue servido de darme, y no andarme tras vuesa merced por caminos sin camino y por sendas y carreras que no las tienen, bebiendo mal y comiendo peor. Pues, ¡tomadme el dormir!

Palabra del Dia

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