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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Pero el señor Manolo y su amigo no distinguían nada. Isidro, con la pierna dolorida, despreciando los tropezones, como si ya no le pudieran ocurrir peores males, caminaba con los ojos puestos en Venus, que lucía en el horizonte. Al subir una cuesta, el astro remontábase en el cielo; cuando bajaban, hundíase, hasta quedar al ras de la colina de enfrente.

A las tres de la tarde el sol enfilaba todavía sus rayos por la calle de Serrano bañándola casi toda de viva y rojiza luz, que hería la vista de los que bajaban por la acera de la izquierda más poblada de casas.

De mis labios se escapaban las más bellas estrofas de mi poeta favorito; mi mano trazaba en la tierra rojiza un nombre amado, y entre las sombras que bajaban en tropel hacia la llanura creía yo ver la silueta donairosa de gentil doncella. A tales delirios, que delirios eran, y nada más, sucedía en mi alma cierta melancolía dolorosa que me arrancaba suspiros y humedecía mis ojos.

La verdad ante todo: yo, que hasta entonces dominaba la escena con el desembarazo que da la conciencia de «valer más» en la escala de la educación y de la cultura intelectuales, al verme enfrente de aquellos dos concurrentes de tan distinguido y elegante porte, sentí que se me bajaban mucho los humos de la chimenea, hasta en lo de llevar bien la ropa, particularmente en lo que tocaba la comparación con el apuesto y correctísimo yerno del señorón de Coteruco.

Montiño la veía luchar con una fascinación amorosa. La veía sufrir. Los ojos de Dorotea se bajaban y volvían á levantarse para mirar á Juan Montiño con más insistencia de una manera más elocuente. La despechaba el no poder encubrir la impresión que la causaba el joven, y su semblante se encendía en rubor. Acaso hasta entonces no se había ruborizado Dorotea.

Después dio la vuelta para allá y volvió a pasar entre vosotras sin que la vierais, hasta llegar mismamente a aquel árbol... Allí vi muchos angelitos que subían y bajaban corre que corre del tronco a las ramas y... Y de las ramas al tronco... Y después... ya no vi nada... Me quedé como ciega... quiere decirse, enteramente ciega; estuve un rato sin ver gota, sin poder moverme.

Reynoso paseó una mirada anhelante por el rostro de sus amigos, y viendo que los dos bajaban la cabeza confirmando las palabras de Tristán, se llevó ambas manos crispadas a los cabellos mesándoselos con furor. Fue un acceso de loca desesperación. Gritos, sollozos, interjecciones, movimientos convulsivos. Sus amigos turbados y confusos hacían vanos esfuerzos por calmarle.

Después que esas dos figuras saludaban al Rey y bajaban de sus carrozas, acudía el Tiempo á la escena, montando un águila dorada, y felicitaba al Rey por su aniversario; después se abrían tres árboles y dejaban ver unas ninfas, que rivalizaban por su parte en congratulaciones entusiastas.

Ello fue que antes de las dos de la tarde, los de Peleches saboreaban con delicia la frescura de la sombra de los hidalgos paredones; y el comandante Fuertes y el hijo del boticario bajaban por la Costanilla en busca de las respectivas madrigueras.

Los que subían o bajaban, al pasar por la tienda abandonada echaban una mirada a los desiertos estantes y al escaparate cubierto de polvo y cerrado por fuera con tablas viejas y desvencijadas. Sobre el mostrador, pintado de color de chocolate, un velón de petróleo alumbraba malamente el triste almacén cuya desnudez daba frío.

Palabra del Dia

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