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Actualizado: 17 de junio de 2025


»Algunas veces vienen a visitarme los antiguos amigos de mi tío y su presencia rompe en tales ocasiones esta monotonía de mi vida. Pero, si he de ser sincera, diré que sólo dos nombres oigo pronunciar con agrado. »Es el primero el del conde de Mengis, pues él y su esposa se muestran conmigo muy amables y me tratan como a una hija. »El segundo nombre, Amaury, es el de su amigo Felipe Auvray.

Ahora estamos en paz dijo riendo Alberto. Puede usted irse, cuando guste, a sus quehaceres. Auvray saludó, recogió su sombrero, saltó al simón, dijo algunas palabras al cochero, y el pesado vehículo partió por el camino de Boulogne. Alberto ofreció al procurador un cigarro y un asiento en su tílburi, e inútil es decir que el curial aceptó ambas cosas.

No sabrá reemplazar a Magdalena, demasiado lo comprendo, pero será otra hija, aunque no tan rica ni tan hermosa, que no se enamorará como ella, pues aunque la pretendiesen y poseyera las dotes de Magdalena no habrá de querer a nadie, porque le consagrará toda su vida y le consolará... Así como usted será a su vez su consuelo. Pues Felipe Auvray, ese amigo de Amaury ¿no está enamorado de ti?

Mi vecina iba a salir, y como eso precisamente era lo que esperaba ansioso, me preparé a seguirla adondequiera que fuese. Auvray prosiguió: Mi plan ya estaba trazado.

A la mañana siguiente hice unos cuantos más, y por fin adopté este último ensayo. Y al decir esto Auvray, sacó su cartera y de ella un papel que desdobló y leyó en voz alta. He aquí lo que decía aquella carta: «Señorita: »Verla a usted es adorarla; yo la he visto y la adoro.

No, señor, con Amaury; pero sin duda se me ha desviado el cañón y sin saber cómo el proyectil, dirigido a Amaury, ha estado a punto de matar a este caballero. El conde juzgó que era hora de tratar en serio un negocio que le parecía muy grave; así, dijo cambiando de tono: Tengan la bondad, señores, de dejarme hablar sólo unos minutos con los señores de Auvray y de Leoville.

Efectivamente, cuando el fiel José pronunciaba estas palabras, entró Felipe, encendido y jadeante: saludó al doctor y a su sobrina y estrechó la mano a Amaury. José se retiró discretamente. ¡Ah! ¿Estás aquí, amigo Amaury? dijo Felipe. Me alegro mucho; así podrás decirle luego al conde de Mengis cómo sabe Felipe Auvray reparar los desaciertos que le hace cometer su torpeza.

Leoville hizo un gesto de aquiescencia, y Auvray prosiguió: «Perdone usted, señorita, si no he sabido resistir al ardiente deseo de declararle la volcánica pasión que su sola presencia me ha inspirado: perdone mi atrevimiento, pero no podía menos de revelarle este amor que de hoy más habrá de llenar mi vida.

Y usted, Felipe, ¿por qué causa se batió con su amigo? Porque Amaury me ha ofendido gravemente. Repito que usted estaba comprometiendo a Antoñita, y por eso le he insultado. El propio señor conde me advirtió que... Dispénseme, señor Auvray, le suplico me deje decirle dos palabras a Amaury. ¿Y bien, señor conde?... No se aleje usted mucho; tengo que hablarle también.

Sólo vio al portero, de pie en el umbral de la puerta, refiriéndole a un su amigo, que, una hora antes, había visto salir al señor de Auvray junto con su procurador, y que éste, en vez del consabido rollo de papel sellado, que era la característica de su grave personalidad y profesión llevaba bajo el brazo aquel día un par de espadas y una caja de pistolas.

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