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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Cuando Germán entró anunciando su visita, recordó Amaury que dos días antes había estado Auvray a verle para pedirle un favor y que no encontrándose dispuesto a pensar en otra cosa que en los asuntos que a él le preocupaban, había diferido para otro día aquella conferencia. Felipe volvía con la perseverancia que formaba parte de su carácter, a preguntar a Amaury si podía al fin oírle.

Sin embargo, cambiaron algunas frases corrientes. Amaury conocía mucho al embajador que protegía a Mengis. Hablaron principalmente del concepto de que disfrutaba la legación francesa en la corte del imperio moscovita, haciendo el vizconde grandes elogios del Zar. Al empezar a languidecer el diálogo, anunciaron a Felipe Auvray.

Auvray sonrió con satisfacción, y luego haciendo un gesto teatral, como actor que se prepara para declamar un largo parlamento, dijo: Suplícote no olvides que soy abogado, lo cual quiere decir que debes escucharme con paciencia, sin interrumpirme ni replicar hasta el fin de mi discurso. Desde luego te prometo que éste no pasará de un cuarto de hora.

Mientras hablaba Antonia, contemplábala el doctor sin querer interrumpirla; pero entreabría sus labios una benévola sonrisa y parecía tentado a hacerle alguna advertencia. ¡Conque, Felipe Auvray! repitió después de un momento de silencio. ¿A ése eliges entre todos los jóvenes que te rodean? , tío; él será mi esposo continuó Antoñita, bajando aún más la voz.

Era un joven abogado condiscípulo suyo en el colegio de Santa Bárbara primero, y en la facultad de derecho más tarde. Tenía, con poca diferencia, la misma edad que Amaury. Vivía con desahogo, pues disfrutaba de una renta que podría estimarse en unos diez mil pesos; pero no era, como su compañero, de esclarecido linaje. Se llamaba Felipe Auvray.

Palabra del Dia

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